Unos a pie, otros andando… y yo cojeando.

Hace unos días, esquiando en el norte, me caí siendo el primer diagnóstico lesión de ligamento externo y menisco. Dos días tirado encima de un sofá sin mover la pierna. El tercer día conseguí medio lote de muletas, es decir, una. Después de dos días moviéndome de un lugar a otro del apartamento saltando a la pata coja, descubrí que con la ayuda de una muleta todo era aún más difícil, pero la pierna buena descansó un poco. 

Al día siguiente me hice con la pareja. Dos muletas. Tres puntos de apoyo sobre el suelo. Pasé de tropezarme a esquivar las trampas
de las que, hasta hoy, no me había percatado que había por todas partes. Escalones, alfombras, piedras, espacio entre los coches aparcados en la calle, etc. 

Pero de lo que más me he dado cuenta es de que se llega a todas partes sin prisa. Pasas de ir cual guepardo a hacer recados a hacerlo a paso de tortuga jubilada. Para ir a recoger el parte médico de baja al Centro de Salud antes hubiera tardado diez minutos en coche. Con mi cojera batí el récord mundial y lo hice en hora y media. Descubrí que el metro ligero de Madrid cuenta con wifi gratuito. Que, efectivamente, hay espacios reservados para minusválidos. Que los ascensores de las estaciones de Metro, no sólo existen, sino que también funcionan. Que la gente te mira raro por llevar dos muletas. Que, creo, piensan en echarte una mano y, efectivamente, se queda en un simple pensamiento. Que algunos pasos de cebra cuentan con ese espacio de acera rebajada para que no te des una leche y te acabes rompiendo la otra pierna. Que si el semáforo está en verde para los peatones, has de ponerte las pilas para cruzarlo entero en verde en el poco tiempo que tienes para hacerlo a la velocidad que vas con la cojera. Que…

Que estar cojo es una putada. 

Tras ir al médico al lado de casa y una corta espera para saber los resultados de la radiografía, descubren que de ligamentos y menisco tarariro… «tiene usted la tibia rota». Toma. «Explíquese. Lo he entendido pero no he querido entenderlo del todo. ¿Operación?» No. El ligamento, que debe de ser más fuerte que Chuck Norris, ha arrancado, sin pedir permiso, un trozo de la tibia y se la ha llevado unos milímetros más allá. Lo de «hueso duro de roer» igual es cierto, pero no en mi caso. El hijoputa del ligamento ha roído, y tanto que lo ha hecho. Me ha hecho un destrozo de cierta importancia. 

¿Y ahora? Pues nada, vendaje. Reposo durante tres semanas. No apoyar esa pierna durante ese tiempo y luego… iremos viendo. 

Vaya con el ligamento. Ya se podía haber roto él. Quién le mandará tocar nada que no es suyo. La pierna pierde masa muscular. Vistas desde aquí arriba, parecen el gordo y el flaco. La buena, cada vez más fuerte. La mala, cada vez más floja. Los brazos ya los quisiera Policarpo Díaz para su época de boxeador. Si los tuviera hoy… 

Tengo que dormir, por prescripción médica, con un trasto que me inutiliza totalmente la pierna. Lo llaman ortesis. Yo lo llamaría elemento de tortura. Si quieres joder, pero bien, a alguien, hazle que duerma con uno de esos. Ni duermes ni dejas dormir. Esa parte de la prescripción médica como que me la salto. 

Volviendo a la cojera… Cuando antes veía a alguien de mucha edad deambular por la calle, pensaba que carecía en su totalidad de estrés alguno. Lo veía imposible. ¿Cómo se puede ir por la vida sin prisa? Bien. Se puede. No sólo se puede sino que es mucho mejor. Sales de casa a las nueve. Sueltas a los niños en el cole. Miras el reloj y piensas: «Tío, tienes desde ahora, que son las nueve y cuarto, hasta las cuatro y pico que les tienes que recoger para hacer tu recado del día.» Que da tiempo a todo, no os engañéis. Cuando antes hacías una docena de recados en una mañana, hoy, sólo tengo que limitarlos a uno al día. Y si me pilla bien, hago hasta dos. Pero a mi ritmo, el de tortuga jubilada. 

Sin más, me despido hasta otra, que tengo que ir a cambiar el agua al canario y como no vaya espabilando me lo hago por el camino. 

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