La rubia del bar

Después de un dura mañana de trabajo, con los termómetros sudando esos 41 grados centígrados, con la camisa pegada al cuerpo haciéndome sentir avellana por momentos, decidí no ir a casa directamente, sino parar antes en el bar de abajo. 


Entré, como siempre, con el pie derecho (esas supersticiones de los futbolistas se me han acabado pegando un poco), murmuré un buenas tardes y me senté en la mesa del fondo. En ese momento apareció ella. No me lo esperaba, pero surgió de la nada.
Me debió de ver con tan mala cara que vino directamente hacia mi para darme compañía. Sin dejarle preguntar nada, fui yo el que empezó a contarle cosas. La bronca que tuve en casa con el vecino de arriba que me dio un golpe en el coche. Le hablé del tráfico espantoso que me tragué esa mañana, que he de soportar todos los días del año, todos los días de las tres próximas décadas hasta llegar a mi ansiada jubilación. Al llegar a la oficina, le decía, me encontré con el pesado de siempre que quería unas monedas por indicarme el sitio donde aparcar. Donde aparco siempre. Donde pone mi nombre. Estoy de los gorrillas hasta eso… hasta el gorro. Seguía y seguía… 

Rubia. Guapa. Delgada y preciosas curvas. Ese día llevaba un vestido precioso. Algo parecido a un collar ocultaba su cuello. En la parte de arriba llevaba algo de color verde con algo escrito que, como la humedad de mis ojos empañó los cristales de mis gafas de sol,  no fui capaz de descifrar. De cintura para abajo ni me fijé. Soy así de despistado. No necesitaba fijarme. No quería. Yo estaba a lo mío. Ella me miraba mientras le caían gotas por el cuerpo. ¿Sería contagioso el sudor? Me dejó continuar. No decía ni mu. Simplemente, estaba ahí. Era un ángel caído del cielo. No sé si por efecto de las altas temperaturas mezcladas con mi enorme agotamiento, pero creí empezar a sentir un flechazo hacia ella. Me estaba haciendo sentir tan bien que soñaba con abrazarla. Tocarla. Acariciarla. No lo hice por no montar un espectáculo en el bar. En el bar cuya barra estaba llena de compañeros de oficina. Me mirarían mal. 

Le seguí contando mis movidas de la oficina. Lo mucho que odio a mi jefe. Lo mucho que me odia él. Le hablé de lo mal pagados que estamos en mi sector, pero lo mucho que se nos exige. Lo mal tratados que estamos, pues con estas altísimas temperaturas la climatización de las oficinas es pésima. No soporto el calor, le decía, cuando apareció el camarero y se la llevó. Se llevó a mi compañera. Se llevó a mi rubia. Se llevó a mi recién acabada… cerveza. 

Póngame otra rubia, le juro que a esta no le doy el rollo. 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *