«El ser humano es bueno por naturaleza»

 
«No todo el mundo es malo por naturaleza». 
«El mundo está lleno de gente buena». 
«Uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario». 
«No existirían los malos si el mundo no estuviese lleno de buenos, no tendrías con quién compararlos». 
 
La semana pasada, camino de casa de mi padre, me dirigía por la M30 hacia La salida de O’Donnell (me viene a la cabeza una frase que oí ayer en la radio, «La vida es como la M30, si te equivocas una vez la has cagado para siempre»). 
 
Una vez pasé el pirulí, me encontré con el habitual atasco de esa zona a esa hora. Los coches del carril derecho avanzaban, los del izquierdo también. Yo, como siempre, pensé, «una vez más me ha tocado

el carril de los tontos». No. Esta vez no. Los de mi carril avanzaban. Todos menos un Mercedes antiguo, el coche que le seguía y yo, que estaba detrás de ellos. Era obvio que el Mercedes se había estropeado. Los gestos del conductor así me lo transmitieron. Parece que el conductor del Renault que se encontraba entre nosotros dos era de otro planeta. No entendió nada. Sin poner el intermitente, sin previo aviso, volantazo a la izquierda, acelerón en plan salida del pitlane, y adiós muy buenas, no sin dejar de sacar su brazo por la ventanilla y dedicar una amable peineta al malogrado conductor del Mercedes.
El espacio que quedó entre el coche averiado y el mío quedó vacío, tanto como el cerebro del capullo de la peineta. Acerqué mi coche. Lo coloqué a la derecha del Mercedes. Bajé la ventanilla y confirmé lo ya sabido. «Acabo de salir del taller y aquí estoy, con el coche parado otra vez».
No tenía triángulos, no tenía chalecos, «no tenía cabeza» me dije. Bueno, Murphy anda cerca. Vamos a ver si le mandamos a la mierda entre los dos. Saqué los triángulos, los coloqué a una distancia prudente, la gente pitaba. La gente está de los nervios, así, en general. Le di un chaleco. Se lo puso. Me puse el mío. Coloqué mi coche de tal forma que cortaba también el carril derecho. La gente no solo pitaba, la gente se bajaba de los coches a insultar, gritar… Vaya mundo de mierda. Vaya estrés. Vaya… vaya.
Empujamos el Mercedes hasta el arcén. Ahora era mi coche el que había que mover. Fácil, el mío funciona. Lo aparqué en el arcén. Recogí triángulos. Me dijo que esperaría a la grúa por lo que nos despedimos. Me devolvió el chaleco y le dije que se lo quedara que a Murphy uno no se lo carga tan fácilmente, que suficiente tenía ya con el coche roto como para que tuviese que pagar una multa por ir sin chaleco. No está la vida para ir pagando multas así como así.
Y pensarás… ¿Qué tiene que ver esto con las citas de ahí arriba? Muy sencillo, al llegar a casa de mi padre le conté lo ocurrido, el porqué de mi retraso, y me dijo: «Ten cuidado que por ahí hay gente que simula averías para luego robarte y desplumarte».
«El ser humano es curioso y bueno por naturaleza». Eso dice mi amiga Alicia Sornosa (hablaré de ella y lo que hace en otro momento). Siempre vamos por ahí pensando que todo aquel con que nos cruzamos nos la va a liar. Llama al timbre uno diciendo que es de Iberdrola y pensamos que es un albanokosovar que nos va a cortar en dos. Se acerca alguien a nuestros hijos y pensamos que nos los van a raptar. Nos para un japonés en la calle con un mapa y Nikon al hombro y nos da por pensar que es de la mafia china y nos va a abrir en canal para vender nuestros órganos en el mercado central de Pekín.
No. No y no. Y si así es, mala suerte.
Dicho todo esto, me voy a levantar de aquí que se acerca un tipo raro.
Falsa alarma. Era el camarero para traerme la cuenta.

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