Comer y jugar. Todos podemos si todos queremos.

Se acabó el verano. Dicen que empieza el otoño, pero lo que de verdad está a la vuelta de la esquina es la Navidad. Época de turrón, villancicos y juguetes.

Juguetes. Dícese de ese entretenimiento infantil que tiene una facilidad pasmosa de entrar en casa y le cuesta horrores salir de ella. Cierto es, que si un adulto no  le echa una mano en encontrar la salida, sus pequeños dueños son incapaces de hacerlo por sí solos.

Este pasado fin de semana, algún año tarde, nos hemos decidido a hacer zafarrancho en casa. Se empezó con un pequeño briefing a los niños. No parecían aceptar la idea de tener que decir adiós a ciertos juegos de los que ni se acordaban que tenían. Pasaron los días, nunca sin dejar de mencionar en alguna ocasión que ese día llegaría. Fueron asimilándolo hasta tal punto que ellos, los que pensábamos que nos lo iban a poner más difícil, fueron los que sacaban el tema con cierto ansia de que llegáse la fecha. Y ese día llegó.
Sábado. Cuarto de los chicos. Por la mañana todo fuera. A mediodía, selección. Por la tarde, a guardar lo que se queda.
Domingo. El cuarto de la niña. Mismo plan. Todo fuera. Selección. Se guarda lo que se queda.
Su madre se ha pegado una paliza física considerable. Ellos, paliza emocional. Llantos, risas, comentarios, recuerdos… Lo que al final cuenta es su generosidad. Con eso me quedo.
Lunes por la mañana. Meto todo en el coche. Introduzco dirección en el gps y me dirijo hasta «ha llegado a su destino».
Móstoles. Calle Sevilla, 19. Comedor social San Simón de Rojas. Lo conozco a través de Titón, san Titón, del que ya hablaré en otro momento. La fundación que el preside colabora con este comedor desde hace ya varios años. He colaborado con ellos enviando juguetes de un centro comercial desde hace ya casi diez años, pero nunca he ido a conocerles. Tenía ganas. Ese día ha llegado.
Al llegar vi que había un sitio para aparcar cerca de la entrada. Con cierta dificultad conseguí aparcar. La inmensa fila de gente que esperaba para recibir su ración de comida diaria dificultó las maniobras de aparcamiento. Me bajé del coche y me dirigí al principio de esa fila donde sabía que seguro encontraría a alguien del comedor. Pregunté por la encargada, no estaba. Les expliqué que teaía juguetes de mis hijos y al oirlo, 3 personas dejaron la fila para ayudarme a bajar todo del coche. Metimos todo donde nos indicaron y volvieron a su puesto en la fila.
Las caras de felicidad mezcladas con desesperación, angustia y cierto cansancio son difíciles de describir. Saben que van a comer. Pero saben donde. Y, lo peor, también saben porqué. Lo que en apenas 20 minutos que he estado allí, charlando con ellos, me ha hecho ver, una vez más, que somos unos privilegiados. Que es lamentable que se tengan que hacer filas para comer cual posguerra. Que estamos en el año 2014 y, aquí, a un palmo de casa la gente o va a estos comedores o, sencillamente, no comen. Que tienen hijos. Que esos hijos comen pero también juegan. Que les gustaría hacerlo con lo que ven a otros niños jugar. Y que es muy fácil conseguir que todo eso se cumpla.
Yo, desde aquí, me ofrezco para, de alguna forma que tengo que pensar, hacer de transportista un par de veces al mes y llevar lo que me des (comida, ropa, juguetes, carritos, etc.) a San Simón de Rojas. Si se te ocurre alguna idea, no dejes de decírmelo. Sabes donde localizarme o puedes dejar un comentario aquí mismo.
«Todo sirve. Todo. Y si no sirve, haremos que sirva.» Con estas palabras de un voluntario me despido. Hasta otra.
Http://www.comedorsansimonderojas.com

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