Noches sin dormir

Llámalo jetlag. Llámalo lo que sea. Yo lo de no dormir, o dormir poco lo llevo fatal. Por motivos de trabajo pierdo del orden de ocho noches de sueño al mes. Llevo seis años con este ritmo. Y me quedan, si los políticos, hoy en boca de todos, no lo cambian, unos quince o veinte años por delante. Calculadora en mano, llevo 528 noches perdidas y me quedan 1760 hasta la jubilación. Hacen un total de 2288 noches sin dormir, o durmiendo poco o nada. Si eso lo paso a años da un resultado de poco más de seis años. ¡Seis años sin dormir! Yo, según el INE, tengo una esperanza de vida de 85 años y si a eso le resto las noches de juerga de la adolescencia, postadolescencia, paternidad e infancia… Me voy a tirar media vida insomne. 

Dicen que los síntomas de una noche sin dormir son parecidos a los de una persona con brotes psicóticos. Yo tendría que estar internado ya. Y aquí sigo. 

Pasar 24 horas sin dormir produce los mismos efectos que una persona que se ha tomado cinco copas. Deduzco que vivo medio pedo y sin gastarme un duro en copas. 

La producción de la hormona que te hace sentir lleno, leptina, se reduce una barbaridad cuando no duermes. Ahora entiendo mis paseos a la cocina a las 3 de la mañana. 

El índice de masa corporal es un 4% más alto en las personas que no dormimos. Vale, no estoy gordo, tengo el IMC alto. Dormir engorda. Y cuando duermo me desinflo. Ahora comprendo mis subidas y bajadas de kilos en cosa de 24-48 horas. 

La presión arterial sistólica en los que dormimos menos de 6 horas diarias suele ser superior a la de los que duermen más. No tengo taquicardias, es que mi corazón se pone a 100 por falta de horas de sueño. 

Las posibilidades de que enferme de diabetes son mayores en mí que en en el resto de los mortales. De momento me libro. Toco madera. 

Y también dicen que si paso más de tres noches seguidas durmiendo menos de cuatro horas mi cerebro empieza a perder células y tengo muchos números de lotería para padecer Alzheimer o volverme demente…

Dicho esto… Me voy a dormir, que llevo dos noches seguidas y paso de jugármela en la tercera y, además, no sé a cuento de qué venía esto. 

Buenas noches. 

Zzz…

The lion sleeps tonight

Jay Siegel, Hank Medress, Phil Margo y, su hermano de 14 años, Mitch Margo formaban el grupo The Tokens en 1961. El grupo, como tal, se creó en 1955 en el Abraham Lincoln High School de Brooklyn. Tras unas idas y venidas de distintos miembros, así es como quedó cuando salió a la luz la versión, su versión de The Lion Sleeps Tonight. 

Unos años después, a principios de los 80, un niño cogía una silla para subirse a ella y poder llegar al armario donde se guardaba una gran colección de discos en su casa. Ese niño buscaba y rebuscaba hasta encontrar uno con la carátula en tonos azules y grises. Ese niño, sin hacer mucho ruido para no ser descubierto por su padre, sacaba el disco, lo miraba con emoción, lo sacaba de su funda, se lo pasaba por la camiseta para quitarle unas pocas motas de polvo y lo colocaba en el tocadiscos. Una vez lo encendía, colocaba la aguja sobre el surco corresponidente y subía el volumen al máximo. 

  
Podía escuchar esa canción decenas de veces por tarde. Día tras otro. Alguna noche lo hizo también. Siempre esperaba a que el resto de su familia estuviese ocupada haciendo otras cosas. No quería que nadie le molestase. La oía. La escuchaba. La tarareaba. La… cantaba. 

Pues bien, ese niño creció y hubo un año, 1992 para ser exactos, que a finales de verano se subió a un avión camino de Estados Unidos para estudiar COU. Un fin de semana cualquiera, la familia de acogida, en este caso, el padre, que ejercía de padre, madre, hermano… era un tipo divorciado y sin hijos, le llevó a Pennsylvania a Hershey Park, el parque de atracciones de la marca de chocolates. Pasaron un largo día allí subiendo y bajando en montañas rusas y otras atracciones. Al caer el sol, decidieron que era hora de coger el coche y volver a casa pues les esperaba un largo viaje de vuelta. Al dirigirse hacia la salida del parque, ese niño, ya adolescente, creyó oir aquella canción. Dejó de atender a todo y solo se concentró en la música que se oía a lo lejos. La siguió hasta que se encontró con cuatro señores sobre un escenario. Las gradas estaban vacías. Andaban por ahí varias personas haciendo lo que tuvieran que hacer. Dejaron de tocar y uno de ellos bajó del escenario. Da igual quién fuera. Se acercó al, ya, adolescente y le preguntó si necesitaba algo. El niño le preguntó que quienes eran. Les dijo que la versión que estaban tocando de The Tokens era increiblemente parecida a la que él escuchaba, a escondidas, años atrás. El señor sonrió. El señor dijo: «We are The Tokens». 

Hablaron un rato. Le contó que venía de Madrid durante un año para estudiar COU. Le contó la cantidad de veces que pudo escuchar esa canción de pequeño. Lo mucho que le gustaba. Lo poco que tardó en memorizarla. Y él, el cantante, el mito, le invitó a quedarse en el concierto que comenzaría un rato después. Así hicieron. Se quedaron. Se sentaron en la segunda fila. Y a mitad de concierto, cuando parecía que iban a cantar otra canción, el mito, se acercó al micrófono y le pidió que subiese al escenario. Subió. Le presentó al público y le hizo sentarse en un taburete para escuchar desde el mismo escenario la canción, la misma que escuchó tantas veces hasta destrozar el disco, aquella canción que tanto le gustaba de pequeño. Al terminar, se despidieron y le regalaron un cassette firmado por los cuatro y una camiseta del grupo. Las viejas glorias seguían vivas. Seguían dando guerra. No en escenarios con miles de personas aplaudiendo, no, pero sí en un pequeño escenario para unas 800 personas que aplaudieron a rabiar. Yo entre ellas.

El otro día mi hijo mayor me pidió que le pusiese en Spotify esa canción. Ese niño de los años 80 es hoy padre de un niño de su misma edad que empieza a escuchar esa misma canción. Pronto, sé que la tareará. Y más adelante la cantará. La vida se repite. 

Y hoy, no sé donde, he visto este video que me ha hecho recordar todo aquello. Versión a capela de un grupo alemán digno de ver y de escuchar. 

In the jungle 

The mighty jungle 

The lion sleeps tonight 

In the jungle 

The mighty jungle 

The lion sleeps tonight


In the village 

The quiet village 

The lion sleeps tonight 

In the village 

The quiet village 

The lion sleeps tonight 


Hush my darling 

Don’t cry my darling 

The lion sleeps tonight 

Hush my darling 

Don’t cry my darling 

The lion sleeps tonight

Tan pequeña que se hizo grande

Estaba sola. Se movía lentamente de un lado a otro. Pasos cortos. Bailaba sin música. Bailaba sin pareja. Puede que supiera que la miraba. Pienso que no. Desde la distancia la observaba como aquél que mira desde el palco una gran actuación. 

Seguía sola. Miraba a su alrededor y no conseguía ver a ninguna más. Sola. Silencio. Un gran espacio hasta donde se perdía mi vista y allí seguía, moviéndose en la soledad. Blanca. Hermosa. Se estiraba. También se encogía. Parecía querer tomar cierta forma pero no lo lograba. Insistía. Crecía. Menguaba. Crecía. Menguaba. 

Yo seguía buscando y, nada, no encontraba compañía para ella. El silencio crecía. Su escenario también. Sus formas cambiaban. Empezaba a sentirse irrelevante. Empezaba a carecer de sentido. Su tamaño se hacía cada vez más pequeño. Su sombra… ¡qué sombra!… Su sombra era inexistente. La luz la hacía protagonista. Tanto que no le regalaba ni su propia sombra. Desolada. Se rendía. 

Cerré los ojos. Pensé en su razón de ser. Permanecí así unos segundos hasta que volví a abrirlos. La busqué. Se perdió. La perdí. Desapareció. Se desintegró. El escenario se quedó lleno de vacío. Ese vacío ya no era lo mismo. Ese vacío… ese cielo perdió a su nube. La nube que ví volviendo a casa del trabajo y que me hizo perder la cabeza y pensar en esta locura. Era tan pequeña que no tenía ni sombra. Tan pequeña que no saldría ni en los mapas del tiempo. Tan pequeña que, para mí, se hizo tan grande. Tan pequeña. Tanto. 

  

«En diciembre me vuelves a felicitar»

Ella lo seguía celebrando el 8 de diciembre pero nos dejaba felicitarla hoy, primer domingo de mayo. Era algo clásica hasta para eso. También decía que su santo no era el 24 de julio, Santa Cristina, sino el día de Cristo Rey que, cada año, caía en fechas distintas. Me volvía loco. Era especial hasta en eso. Durante muchos años me levanté pronto por la mañana para darle un beso fuerte tal día como hoy sabiendo que me diría «Gracias pero en diciembre me vuelves a felicitar» y así año tras año hasta que un año no pude hacerlo. Ya no estaba. Desde entonces la felicito de otra forma. Hoy esa otra forma la escribo aquí. 

Felicidades mamá. 

  

«Era guapa. Una belleza especial. Morena de pelo, de ojos, de piel… Dientes algo separados que le daban ese toque personal.

Todos quedaban prendados de ella. Algo tenía que atraía. Llamaba la atención. 

Generosa. Mucho. Siempre tenía algo que darte. Algo con lo que sorprenderte. Siempre intentaba alegrarte. Siempre lo conseguía. 

Simpática. Divertida. Entretenida. Una gran imaginación. Creaba historias de cualquier situación. Se inventaba historias de lo que le rodeaba para hacerte pensar. Jugando a pensar. Pensar jugando. 

Conseguía lo que quería. Allá donde iba y encontraba obstáculos, sabía sortearlos. Resolutiva. No tenía freno. Si algo quería lo lograba. Si no era para ella, con más razón. 

Café por la mañana. Café a media mañana. Café a mediodía. Café… Café a todas horas. Café frío. Café solo. Solo café. Corría más sangre colombiana por sus venas que por las de Juan Valdez. 

Nos cuidó. Nos enseñó. Nos educó. Esperó a que nos enamoráramos, casáramos, formáramos nuestras familias, tuviéramos nuestros hijos… sus nietos…

Y un día se fue. Me quedé sin ella. Me quedé sin ti, mamá.»

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