Tan pequeña que se hizo grande

Estaba sola. Se movía lentamente de un lado a otro. Pasos cortos. Bailaba sin música. Bailaba sin pareja. Puede que supiera que la miraba. Pienso que no. Desde la distancia la observaba como aquél que mira desde el palco una gran actuación. 

Seguía sola. Miraba a su alrededor y no conseguía ver a ninguna más. Sola. Silencio. Un gran espacio hasta donde se perdía mi vista y allí seguía, moviéndose en la soledad. Blanca. Hermosa. Se estiraba. También se encogía. Parecía querer tomar cierta forma pero no lo lograba. Insistía. Crecía. Menguaba. Crecía. Menguaba. 

Yo seguía buscando y, nada, no encontraba compañía para ella. El silencio crecía. Su escenario también. Sus formas cambiaban. Empezaba a sentirse irrelevante. Empezaba a carecer de sentido. Su tamaño se hacía cada vez más pequeño. Su sombra… ¡qué sombra!… Su sombra era inexistente. La luz la hacía protagonista. Tanto que no le regalaba ni su propia sombra. Desolada. Se rendía. 

Cerré los ojos. Pensé en su razón de ser. Permanecí así unos segundos hasta que volví a abrirlos. La busqué. Se perdió. La perdí. Desapareció. Se desintegró. El escenario se quedó lleno de vacío. Ese vacío ya no era lo mismo. Ese vacío… ese cielo perdió a su nube. La nube que ví volviendo a casa del trabajo y que me hizo perder la cabeza y pensar en esta locura. Era tan pequeña que no tenía ni sombra. Tan pequeña que no saldría ni en los mapas del tiempo. Tan pequeña que, para mí, se hizo tan grande. Tan pequeña. Tanto. 

  

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