Y nos echó de casa a los dos

Viernes 29 de mayo, por la tarde. 6 toros 6. A las siete de la tarde suena la música anunciando la entrada de los que allí se jugarán la vida. En la plaza no cabe ni un alma. 

  
El sol, que castigó días antes, se relaja y calienta algo menos. Sale el primer toro. El segundo. El tercero. El cuarto. Y el quinto. 

Quinto de la tarde. Zabala de la Serna lo contó así en El Mundo:

  
«Alejandro Talavante improvisó con el temperamental quinto una faena, qué digo faena, una lidia, una obra, genial, desordenada, loca y tremendamente valiente. Ya con el capote dibujó, creó y se inventó tijerillas y broches de orfebrería a unos delantales clásicos. Y recortes que sorprendían como sorprendió ese principio de rodillas que volvió la plaza del revés con una arrucina de manicomio y un pase de pecho como si estuviera en pie. Así de hondo. Increíble. Aquella barbaridad que ya había cometido en Aguascalientes la repetía con los dos pitones del de juampedro en Madrid. Desde entonces, su inclasificable actuación atrapó el alma de Las Ventas. Y entre arrucina y golpe de magia, la mano arrastrada, la izquierda y la derecha, la varita de la conexión. La peña se caía por las escaleras a golpe de calambre. Las manoletinas de despedida. Pero toda esa soltura de brazos destinada a la imaginación se encogió otra vez con la espada, retraído el codo. La Puerta Grande se cerraba en cada pinchazo. La vuelta al ruedo la paseó con una fuerza atronadora.»

Y en esa vuelta al ruedo, al pasar por el 5, un buen hombre, Ricardo, se asomó desde el tendido y le enseñó un gallo. Un gallo que siempre tiene preparado para Talavante. Esta vez no pudo ser, no hubo puerta grande como pronosticaba en la caja que portaba al gallo, pero la faena lo mereció y el gallo voló a la arena. 

  

 Talavante lo cogió por sus patas. Lo paseó hasta que terminó de dar la vuelta al ruedo y se lo entregó a Óscar, su segundo mozo de espadas. Éste, empezado el sexto del día, corrió a buscar a Ricardo para agradecerle el gesto y pedirle la caja. Yo, desde arriba, desde lo alto del 7, donde disfruté con mi amigo Sergio y mis primos Cristina y Julio de la tarde de toros, llamé a Óscar para ver qué iba a hacer con el gallo, que si lo iba a meter en mi coche de vuelta al hotel. Me dijo, «No nos lo llevamos, si lo quieres, tuyo es». Respondí sin pensar. Respondí que sí. El sexto toro lo vi, pero no lo seguí. Mi atención estaba centrada al cien por cien en el gallo. En el momento que apareciese en casa con una caja con un bicho dentro. Dolor de cabeza. Risas. Preocupaciones. Llantos de risa. Sergio alucinaba. Yo, reconozco que también lo hacía. Hay veces que no me conozco. No sé quién soy. No sé cómo voy a reaccionar. Ésta fue una de esas veces. 

Camino de casa, dejé a Sergio en un restaurante donde le esperaban para cenar. De ahí a casa hay unos siete minutos en coche. De esos siete, dediqué diez a llamar a gente que pudiera dar asilo al gallo previendo la respuesta de mi mujer en casa. 

Su respuesta fue la esperada. 

  
1.- ¿Qué hay dentro de esa caja?

2.- ¿Por qué pone nosequé de un gallo?

3.- ¿Por qué salen ruidos de la caja y por qué se mueve sin que la toques?

Portazo. 

Desde fuera oí: «Con eso no entras en casaaa.» (Y añado, lógicamente). 

Las llamadas que hice desde el coche dieron resultado. A los veinte minutos del portazo me encontraba bajando al gallo del maletero en casa de Raúl. Él tuvo gallinas y algún gallo en casa. Una vez en el gallinero nos sentamos a comentar la jugada con un vino, vinazo, entre manos. Nos reímos como hacía tiempo que no me reía. Puedo resumir la conversación con una frase que me dijo:

«Solo tú podrías aparecer en casa con un gallo y solo yo podría aceptarlo.»

Exacto. ¿Cuántas veces en mi vida habré oído que solo a mí podría pasarme tal o cual cosa? Cientos. Miles. Y sí, solo a mí pueden pasarme porque soy yo el que las vive. Y en esta vida hay que hacer de todo, vivir de todo, probar de todo. Creo estar seguro si digo que de esas miles de veces noe arrepiento de ninguna. Lo que sonó como un portazo, sabía con total certeza que en un día sonaría a risas en lugar de a una puerta enfadada. Y así fue. 

El sábado fui con los niños a ver al gallo. Entramos a ver a un gallo. Salimos despidiéndonos de Matador. Así se llama. Así se llamará. Ahora vive en Riaza, rodeado de gallinas y caballos. Con unos muy buenos amigos, Ismael y, su padre, Javier, que le recogieron de casa de Raúl y sé que le van a cuidar para que en verano podamos ir a verle y recordemos juntos como pasó del tendido del 5 a mis manos. 

Cacareando, me despido hasta la próxima. 

  

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