Esa manta no es suya

Sí. Estoy completamente de acuerdo. El cuarto de baño de un avión no es el más fácil de usar. Efectivamente. Se han de cumplir ciertos aspectos para poder utilizarlo. Estar dentro de un avión. Que la señal de cinturones no esté encendida. Que el cuarto de baño funcione. Que el cuarto de baño esté vacío. Muy complicado. 

Bien, dadas todas esas circunstancias ya estamos dentro del pequeño habitáculo, aunque, por alguna extraña razón, hemos tardado un par de minutos más de lo normal en averiguar el mecanismo de apertura de la puerta. Una vez dentro pasamos a convertirnos en otra persona distinta a la de fuera. Usamos una de las pastillas de jabón y otras dos van al bolsillo, no vaya a ser que me vea en medio de mis vacaciones en Eurodisney sin poder lavarme las manos después de tener que ayudar al menda de mantenimiento del parque a cambiar una rueda de la montaña rusa de Mickey Mouse y al ir a lavarme las manos me encuentre con que en el parque se han quedado sin jabón. 

Una vez me doy cuenta que no hay seca manos de aire caliente, no frío, me pongo cual detective buscando huellas en el suelo a buscar algo con que secarme las manos recién limpias. Encuentro unos folios de papel rugoso doblados por la mitad ordenados y guardados en un pequeño compartimento. Tiro de uno de ellos. Parece poca cosa para toda el agua que corre por mis manos. Recordando el momento servilleta de Mc Donald’s, agarro un puñado de papeles y salen cientos volando por todo el baño. Consigo quedarme con uno en la mano. Después de esconder con los pies los que cayeron al suelo, solo los del suelo, salgo de ahí pitando. Vuelvo a entrar. Ya sé abrir la puerta a la primera. Olvidé que entré para otra cosa. Me siento, comienzo a leer todo lo que pone por todas partes. «Regrese a su asiento», «No fume», «Según la Ley bla, bla, bla… Que no fume, coño», «flush», «paper/papel», «waste/papelera», etc. Encuentro el rollo que se encuentra bajo mi axila derecha. Consigo cortar una medida de papel suficiente para… para lo que es. Me levanto preguntándome por qué todo está en español y en inglés salvo donde pone «flush». Ante la duda no lo toco. Ese botón puede ser peligroso. Busco la cadena para accionarla y hacer desaparecer mi obra. No la encuentro. Salgo de ahí silbando y mirando a otro lado. Nadie sabrá quién fue el último. Me cruzo con una azafata. Me mira. La miro. Entra al baño. La oigo. Me callo. Me siento. Me duermo. 

Hora de la comida. Bandeja minúscula con cacharritos ordenados cual partida de tetris. Me vienen a la cabeza aquellos rompecabezas del Mundial 82 con naranjito seccionado en 15 piezas desordenadas sobre un fondo de 16 huecos. Ahora tú habrías de recomponerlo. El momento bandeja de avión es igual. A ti te lo dan ordenado. Lo desordenas. Lo intentas devolver a su forma original y ves que es imposible. Es más fácil cambiar la rueda trasera de una Vespa a oscuras que montar una bandeja de avión. Ahora entiendo por qué desaparecen los cubiertos. ¡Para hacer hueco! No es que la gente sea tan cutre de llevárselos para completar la cubertería de diario. No. Es que algo tienen que hacer con ellos mientras recomponene la bandeja. En algún lugar han de dejarlos y cuál mejor que el bolsillo de la chaqueta o el bolso.

Hablando de desapariciones, la manta de Iberia es un clásico. Ya sea de cuadros, rombos o lisa. La última que se usa, la que te encuentras ahora al llegar a tu asiento, es roja con pinta de forro polar, y cuando digo pinta, me refiero a eso, solo pinta. Pues bien, aún siendo de bastante peor calidad que las de la época de aviones en blanco y negro, esa época del glamour, el estilo, los sombreros y las capas… aún siendo mucho peor, aún así es objeto de deseo de muchos pseudo cleptómanos. Esos que la esconden bajo el jersey para no ser vistos por la azafata que le miraría con cara de «está usted robando una manta, esa manta no es suya» y él respondería con cara de «¿es que no puedo?» Pues no. No puede. Como no puede llevarse la manta de un hotel. Que, aparte de no ser un todo incluído, aunque así lo fuera, los todo incluídos tienen un límite. 

Otro regalo que suele acabar en manos ajenas son las almohadas. Deben hacer mejor efecto que las famosas Butterfly Pillow, ya que donde había 340 con el avión preparado para el embarque, al llegar al destino ese número suele ser algo menor. O igual son como los mensajes del Inspector Gadget, que una vez leídos se autodestruían. 

Luego está ese momento en el que los pasajeros por haber pagado un billete de avión se creen dueños y señores del avión. La tripulación se despista, o no, o simplemente está realizando su trabajo y te encuentras con el de la 15C abriendo los carros como el que abre la nevera de su casa. Que como yo he pagado el billete el avión es mío desde Bogotá hasta Madrid. Luego ya será de otro. Pero ahora es mío. Que tengo sed y no hay nadie en ese momento ofreciéndome una bebida, para qué le voy a llamar si puedo levantarme yo solo, aprovecho para estirar las piernas y ya me pongo yo el gintonic. ¿Que no encuentro la ginebra? Pues un ron. ¿Que no hay ron? Pues una cerveza. El caso es tomar algo ya. No me imagino yo a ese de la 15 C pasando a las cocinas del restaurante Tal y saltándose a la torera las más básicas normas de protocolo para llegar a la cocina, abrir la despensa y coger la salsa de turno que le apetece echar en ese momento sobre su plato para darle un toque distinto al pescado que había pedido. No. No soy capaz de imaginarlo. 

O a ese mismo de la 15 C entrando al bar de Antonio donde suele pasar por las mañanas a tomar café y agachar su hueca cabeza para cruzar el umbral de la barra que separa a los clientes de los empledos para servirse una caña bien fría. No. Tampoco me lo imagino. 

Los aviones. Eso que todos conocemos donde muchos nos transformamos. Ríete de los estadios de fútbol. En los aviones hay cambios más radicales. En los aviones pasa de todo y esto ha sido una simple muestra. Otro día más. 

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