Se llamará Juan. Se llamará Antonio. Puede que se llame Pedro. Debe rondar los 55 años. Tiene buen aspecto. Bigote. Pelo canoso. Arrugas en la cara. Arrugas con historia. Arrugas con historias. Desde hace unos días pasa las mañanas bajo un puente. Sigue leyendo
Archivo por meses: octubre 2015
Feliz ani♥️ersario
Puede hacerlo de muchas formas. Invitarte a cenar, a una copa o a unas tortitas en Vips. Puede organizar una escapada sorpresa a un hotel con encanto para los dos. Puede regalarte ese reloj que siempre quisiste. Puede dejarte post-it en el espejo del cuarto de baño deseándote un buen día. Puede, también, comprarte esa mega caja de herramientas que nunca usarás pero que tanta ilusión te hace. Puede, digo, demostrártelo con muy distintas acciones. Puede, incluso, ir, sin avisar, a buscarte al trabajo y llevarte al cine a ponerte morado de palomitas. Llevarte a un concierto de ese grupo que te encanta pero que a ella, tal vez, no tanto. Conseguirte entradas para la final de la Cahampions. Puede apuntarte a una cata de cervezas. Puede decírtelo de muchas formas. Puede llevarte el desayuno a la cama. Puede decirte «te quiero» en cualquier idioma. Puede mandarte el monigote amarillo lanzando besos por mensajes de whatsapp. Puede, incluso, no decírtelo y aún así hacértelo saber.
Pero… ¡lo que no puede hacer es esto!
Alquilar un cartel publicitario en una de las rotondas con más tráfico de la zona y meter dentro de un corazón aquella foto que os hicisteis en la boda de unos amigos. Acompañarlo con fotos de tus vacaciones, celebraciones… Y poner un «Feliz aniversario al amor de mi vida – mi primer y único amor» en un inmenso tamaño de letra para que todo el mundo lo lea. Vale que demostrarle tu amor en público está muy bien, pero todo tiene un límite. LÍMITE. En este caso, el marido de Stephanie se ha pasado tres pueblos. ¿Tres? Se ha pasado tres provincias… Tres paises… ¡Tres mundos! Sé de uno que al que si le hacen esto se muere. Pero se muere de verdad. Si de verdad me quieres, prefiero unos limpiaparabrisas nuevos para el coche, ya que parece que no va a dejar de llover, a que pongas mi barbuda cara en cualquier rotonda de España.
Dicho todo esto, no puedo dejar de felicitar a este horripilante y cursi matrimonio y desearles un muy feliz aniversario. Espero que la borrachera del día en que decidió colgar eso ahí fuese tan grande como la vergüenza ajena que he pasado al verlo.
Happy Anniversary!
Bachelet
Por motivos de trabajo tuve que pasar tres días en Ecuador. Me quedé en el Swissôtel Quito. El hotel estaba más o menos lleno. Sobre todo de cantantes. Cantantes absolutamente desconocidos por mí. Debía de haber algún concierto o algo en la ciudad ya que la recepción del hotel era un ir y venir de furgonetas con músicos de todo tipo. Guitarras, trompetas, baterías. Todas enfundadas en sus cajas negras, subían y bajaban a cualquier hora por los ascensores.
El segundo día, salí a cenar y de vuelta al hotel vi que había muchas luces rojas y azules a la altura del hotel. Pensé que algo habría pasado. Al llegar a la entrada del hotel me di cuenta que ese algo no era grave sino importante. Policías, militares de todos los rangos, agentes de seguridad con pinganillo en la oreja. Alguien gordo estaba en el hotel. O eso pensé. Intenté entrar en el vestíbulo del hotel y un amable señor con un pin de la bandera chilena en la solapa de su chaqueta me dijo que esperase fuera. Por fin apareció. Michele Bachelet, presidenta de Chile se bajó de un Lexus blindado escoltada por un gran séquito de personas y personalidades. Entró. Desapareció. Y pude entrar.
Hoy por la mañana salimos a la calle para coger un taxi e ir a la Fundación Guayasamín. En la puerta del hotel seguía aprcado el Lexus de Bachelet con sus dos banderas. Pasamos la mañana allí, disfrutando de la obra de Oswaldo Guaysamín. Sus cuadros de la Ira, sus retratos, sus esculturas. Una maravilla. Al volver al hotel el coche ya no estaba. Descansamos un rato y al salir para hacer unas compras, mientras esperábamos a que dejase de llover, otro señor con pin chileno en la solapa se acercó y comenzamos a hablar de España, Chile, de que si yo ya había coincidido en un hotel de Buenos Aires con la Presidenta Bachelet… «¿Quieres saludarla?» Imposible, no está. «Aguarda un minuto que está por llegar». Así hicimos. Esperamos. Me pidió un favor. «No me vayas a dejar mal. Me metes en un lío.» Tranquilo. Tranquilo. ¿Tranquilo? No sabía con quién estaba hablando. No me conocía.
Llegó el Lexus precedido de varios todoterrenos. Se bajó del coche. El agente, mi agente, me hizo un gesto con la cara para acercarme a ella y así hice. El atasco de uniformes militares de todos los colores era descomunal. Levanté la mirada un segundo y pensé «la que estás liando», había, fácilmente, cuarenta personas esperando la entrada al hotel de la presidenta para poder pasar ellos. Yo era el motivo de espera. Me presenté, le dije que era de España. Me preguntó el porqué de mi estancia en Ecuador. Le conté que ya coincidimos hace un año o dos en Buenos Aires, y que por favor dejasemos de hacerlo pues empezaba a ser sospechoso. Se rió. Nos reímos. El séquito hizo lo propio. Nos despedimos. Y mi relación con Doña Michele acabó. He de decir que es bastante simpática y agradable. He de decir, también, que tampoco hice por que no lo fuera.
El cielo dejó de soltar agua y caminamos hacia el Mercado Artesanal. Una de las personas que venía conmigo me dijo que hizo unas fotos del momento Bachelet. Las vimos, nos reímos. Las vuelvo a ver al llegar al hotel y me doy cuenta que «mi agente» sí que me debía de conocer un poco. No se fiaba ni un pelo. No hay más que ver el gesto de «ojo con lo que le dices a mi Jefa» que puso al verme hablando con ella.
Una anécdota más. La última. ¿La última? No. No creo.
¿Doble capa? ¡Doble rollo!
– ¡¡Papá!! ¡No queda papel!
Esto pasa en todas las casas. ¿Cuantas veces has ido a «leer» un rato y te has dado cuenta al final que lo que cuelga de la pared es de color cartón y no blanco como esperabas? Aunque lo neguemos, todo lo que comemos entra por arriba y sale por abajo. Vamos, que todos somos jardineros y hemos plantado pinos, chopos e incluso algún que otro roble.
Bien, llegado el momento crítico del rollo vacío hay una única solución: comprar más. Podemos probar alternativas, pero el papel higiénico es uno de los inventos más revolucionarios. Fueron los chinos, ¿cómo no?, allá por el siglo II A. C., quienes ya usaban láminas de papel. Los romanos usaban lana empapada en agua de rosas. Los franceses, encaje y sedas (¡!). En 1857, un tal Gayetty, empezó a comercializarlo en láminas. Y, fueron los hermanos Scott quienes, por fin, lo enrollaron en 1880.
Dicho todo esto, nunca viene mal algo de culturilla general aunque sea para quedarte con la gente en una partida de Trivial (¿se sigue jugando al Trivial?), vuelvo a hoy. Decía que nos quedamos sin papel en casa. En mi lista de «things-to-do» destacaba en letras mayúsculas, en negrita y subrayado, ir a comprar papel. Le seguían varias cosas más que no vienen a cuento. Pues hoy he ido a comprar el dichoso papel. Primera sorpresa, hay docenas de marcas. Cada una de ellas tiene docenas de variedades. Y cada variedad viene en paquetes normales, familiares o para gente descompuesta (¡72 rollos!). Como me conoce bien me dijo que lo comprara de «doble algo». Resulta que la cosa se complicaba. Me planté delante de las estanterías de papel enrollado. Descarté los de colores. No molan nada. Descarté los rugosos, me pega que por el tamaño y dibujos serían de cocina. Seguí buscando. Vi unos que me recordaron al papel de secarse las manos en las gasolineras. Esos te tienen que dejar el culo con más cicatrices que la cara de Rambo en cualquiera de sus películas. Los siguientes eran los míos. Doble capa. Eso me suena. Seis marcas. Descarto alguna. Y me quedo entre dos. Al final, como los niños, pinto pinto gorgorito. «Papel higiénico doble capa/folha dupla (todo lo relacionado con el aseo viene en portugués, sin comentarios) compacto X 6». Este es el que me han encargado. Paso por caja. 1,98€.
Orgulloso como si hubiese comprado el chollo de los chollos, le mando un mensaje y le digo que «todo ok, podemos seguir cagando tranquilos en casa». Me pregunta que qué he comprado, me conoce demasiado bien. Se lo digo. «Pero, ¿doble rollo?» ¡Doble rollo! ¿Eso qué es? Mi cabeza se quedó con «doble». Doble o nada. Pues nada. La he cagado, con seis rollos de papel de doble capa, pero la he cagado. Resulta que no era doble capa. Diez minutos discutiendo sobre el papel, mensaje va, mensaje viene.
Y digo yo, ¿no pueden normalizar el tema del papel? ¿Unificar criterios? ¿Para qué tantos tipos? Vale que esa parte del cuerpo es sensible, que no queremos lijas pasando por ahí una o dos veces al día, pero ¿acaso es tan importante darle más de dos minutos de tiempo a la elección de algo que se va llenar de deshechos y que no va a hacer otra cosa que irse por el subsuelo de tu ciudad? Que, digo yo, que un kleenex, al fin y al cabo, tiene que durarte algo más. Que un papel de cocina tiene que empapar y no se qué más. Pero ese papel, el que enrollaron los Scott no vale más que para una cosa.
Pues, mira, a mi me ha dado para discutir un rato con mi mujer, nos hemos reído un rato, y ahora para contároslo. ¡Bendita variedad!
Y tú, ¿cual usas?
PD: Mañana iré a ver qué es eso del doble rollo.