Su futuro bajo un puente.

Se llamará Juan. Se llamará Antonio. Puede que se llame Pedro. Debe rondar los 55 años. Tiene buen aspecto. Bigote. Pelo canoso. Arrugas en la cara. Arrugas con historia. Arrugas con historias. Desde hace unos días pasa las mañanas bajo un puente. Concretamente, bajo el Puente de los Franceses. Le acompaña otra persona. Ese que espera a que el semáforo se ponga en rojo para, con la mejor de las sonrisas, venderte un paquete de kleenex por unas monedas o pedirte un cigarrillo o un simple buenos días. Conviven ahí, bajo el puente. Comparten penas. Se cuentan batallitas. Hablan. Callan. Piensan.

Desde hace unos días, Juan o Antonio o Pedro, pasa las mañanas ahí. Busca trabajo. Ha pegado un cartel anunciándolo en una valla de tráfico. Su cartel se ve desde el coche. Todos lo vemos. Se ofrece para trabajar en la construcción. Dice tener experiencia. Dice estar desesperado. Seguro que lo está. Hay que estarlo para perder la vergüenza y humillarte de esa forma. Pienso en su familia. La tendrá. Imagino que les mentirá. O les mentiría. Depende del tiempo que lleve así.

No sé a que te dedicas. Médico. Profesor. Abogado. ¿Constructor? Sea lo que sea, difúndelo. Di que bajo el Puente de los Franceses hay alguien. Alguien con ganas de trabajar. Con necesidad de hacerlo. Le queda, por su edad, poco tiempo para hacerlo. Luego… paseará. Irá al puente, a otro cualquiera a pasar las mañanas viendo las obras en las que pudo trabajar.

Se llamará Juan. Se llamará Antonio. Se llamará Pedro. Se llame como se llame ahí está. Esperando su oportunidad. Dásela. Ayúdale. Busca asegurar su futuro bajo un puente.

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Saliendo de Madrid hacia Pozuelo, bajo el Puente de los Franceses, junto al último semáforo. Al lado de los colegios mayores.

Te lo agradecerá.

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Pues no se llama ni Juan, ni Antonio ni, tampoco, Pedro. Se llama José. «Debe tener 53 años, como yo», me cuenta Goyo. «Sabe de todo relacionado con la construcción. Es un artista. Viene todas las mañanas de 8 a 13.»

Goyo es de Vallecas, lleva muchos años vendiendo esos papeles con los que el resto nos limpiamos los mocos en el mismo lugar. Viene en metro todas las mañanas. Frío. Calor. Resfriado «como hoy». Haga el tiempo que haga. Esté en el estado de ánimo que esté, acude cada mañana a su lugar de trabajo. El semáforo del Puente de los Franceses.

No tiene oficio, dice, pero ha trabajado acuchillando suelos. Sabe abrillantarlos. Barnizarlos. Reformarlos. Trabajó en una empresa que quebró. El bueno de Goyo dice que el que necesita «curro» de verdad es José, no él. Él, si sale algo, bien, sino seguirá con sus clientes de los coches. ¿Problemas? Solo las peleas con «los rumanos, que me quieren quitar el sitio, y es que este sitio es muy bueno, el semáforo dura bastante y siempre hay clientes.»

No lo veo fácil, de hecho lo veo bastante complicado, pero… y si alguien les quiere dar una oportunidad. Una. Y luego, que decidan, si siguen o no.

Goyo

Goyo

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