Padres (entrenadores) energúmenos.

Ayer fui a un partido de fútbol de mi hijo. Alevines. Jugaron bien. Volvieron a ganar. Este año llevan cinco victorias de cinco partidos. el resultado es lo de menos. Quiero centrarme en los padres.

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Los padres. Esos que se levantan por la mañana tras una larga semana de trabajo para llevar a sus hijos a su partido del sábado. Esos que, algunos, los menos, quieren ver como su hijo se convierte en la estrella de un equipo de primera. Esos que, algunos, los menos, quieren verse reflejados en un cuerpo de diez u once años y soñar con que su hijo llegue a donde ellos no pudieron llegar. Esos que, algunos, los menos, se transforman en animales en las gradas del campo donde sus hijos disfrutan jugando, JUGANDO, a ser futbolistas profesionales. Esos que, algunos, los menos, pagan con un árbitro imberbe e indefenso sus problemas laborales, familiares o personales.

El sábado, ayer, tuve a cinco metros de distancia a uno de esos padres. No dejó de gritar, insultar, menospreciar, saltar… agitar el tranquilo ambiente de un sábado soleado de invierno que unos, muchos, pretendíamos disfrutar viendo a nuestros hijos divertirse corriendo tras un balón. Logró aguarnos la fiesta a muchos, a todos. Los niños salieron del campo, al terminar, preguntando qué le pasaba a ese «señor que gritaba tanto». Conscientes de que insultaba incluso a algún jugador de su equipo, no entendían ese comportamiento. No lo entienden en un estadio de fútbol, ¿cómo lo van a entender en un pequeño campo de niños?

Consiguió hacerme recordar un excelente artículo que escribió la psicóloga deportiva Patricia Ramírez que comienza con las palabras de un niño hanlando de su padre y el fútbol, su fútbol. Dice así:

“Me siento triste cuando mi padre me regaña después del partido. Me dice que no he jugado con intensidad, que así no seré nunca un jugador de Primera División, que fallo en los pases porque me falta concentración. Y mi madre le apoya. Dice que juego como si no me importara ganar. También me echan en cara que se gasten dinero en mí y que me dedican muchas horas llevándome y recogiéndome del fútbol. A mí me gusta jugar al fútbol, me gusta aprender cosas nuevas, dar un pase de gol, estar con amigos, ganar, pero tampoco me importa mucho perder, porque eso es lo que nos dice el míster. Pero últimamente ya no disfruto, vengo a jugar los fines de semana nervioso, pensando que si no le gusto a mi padre, lo oiré gritar desde la banda, me dirá que me mueva, que espabile, y a veces me siento tan nervioso que no sé ni por dónde va el balón. Si vale la pena seguir viniendo cuando ya no disfruto. Pero si decido no jugar más, también les voy a decepcionar”.

Te recomiendo terminar de leer el artículo completo. Puede que tengas hijos. Puede que no. Lo que si es seguro es que si algún dí te ves en la situación de llevar a tu hijo a que practique su deporte favorito, este artículo te vendrá bien. A ti, que eres de los muchos padres normales, pero a ti, que eres de los pocos como el energúmeno del sábado, te recomiendo su lectura, no una, sino diez veces.

El sábado que viene tenemos partido otra vez. Espero encontrarme con gente normal, la de siempre, la de casi siempre.

Estos padres, ¿educan o inculcan valores a sus hijos?

Artículo completo: ¡Usted es su padre, no su entrenador!

 

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