Asco de sociedad. Asco de gente.

De pequeño les veía y me daban un poco de miedo. Esa mirada perdida. Esos ojos hundidos. Esas facciones de la cara tan marcadas. Esas ropas tan sucias. Reconozco que me daban miedo, mucho miedo. 

En la adolescencia soñé con ayudarles. Lo intenté. Ese joven estudiante con mentalidad solidaria que acampó en la Castellana, con ideas de salvador del mundo, entre otras cosas, entrenó a un equipo de fútbol de hijos de algunos de ellos. Ellos, los que le daban miedo de pequeño. Íbamos Roberto y yo al centro de Madrid, muy cerca de Bravo Murillo, a enseñar a jugar al fútbol a un grupo de niños, que vivían, muchos de ellos, en esa misma calle. Literalmente, en esa calle, en la calle.

Hoy, las prisas, las malditas prisas mandan. Nos pueden. Los niños. Los hijos… ¡Qué va! Es el egoísmo, al fin y al cabo es eso. Puro egoísmo. No puedo buscar excusas que no hay. Hoy, como decía, hoy no les tengo miedo, no. Hoy no entreno a sus hijos, no. Hoy siguen ahí, en la calle. En las calles. En la puerta de tu supermercado. «Ayudándote» a aparcar cerca del hospital. En la entrada de la Iglesia. Haciendo cola en el comedor social. Están. Os juro que están. No les vemos. Yo, por lo menos. Me cuesta verles. Es horrible reconocerlo. Me avergüenzo. Intento, y hago ese esfuerzo, no quitarles la mirada cuando te saludan. Muchos lo hacen. Intento saludarles, devolverles ese buenos días. Intento que mis hijos no les teman. Lo intento y lo hago.

Lo que no hago es tratarles como a la escoria de las escorias. Como si fuesen nuestros jueguetes. Nuestros bufones. Nuestras mascotas a las que tiramos la pelota y si la cogen se la regalamos. Sintiéndote tan superior que te descojonas de risa con tus iguales. Esos iguales que te ríen la gracia. Que encima lo graban para luego compartir tu hazaña con los amigos. Amigos que encima te apludirán. Lo que ha pasado esta mañana en la Plaza Mayor de Madrid es el ejemplo de lo que tenemos en nuestra sociedad. Seres humanos capaces de lo peor. De lo más deleznable. Amos jugando con sus mascotas. No eran mascotas, eran personas. ¡Personas! Quemando billetes delante de sus narices. Eran mendigos. Tirándoles monedas cual hueso al perro. Eran personas. Descojonándose de ellos. Eran personas. Haciéndoles hacer el mayor de los ridículos. Eran personas. ¡Eran personas, coño! Como esos animales que se mofaron de ellos. Asqueroso. Repugnante. Bochornoso. Siento tanto asco como pena. ¡Cuan desesperado has de estar para prestarte a esa humillación!




 

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