Gente que te cruzas

En la vida te cruzas con gente, con mucha gente. Al nacer, sin ir más lejos, ya te encuentras a un fulano vestido de verde que te agarra de la cabeza y empieza a girarte como si descorchase una botella y… ¡pop! una vez fuera ya empiezas a cruzarte con gente. Gente importante. En mayor o menor medida, pero importante. Conoces a la que es y será tu madre de por vida. Conoces a tu padre, también de por vida. Conoces a la familia que ha ido a recibirte. Conoces a tus hermanos. A tus vecinos. A los amigos de tus padres. A esas señoras que te pellizcan la cara sin temor alguno. Al frutero que te regala una fresa y que tu madre acribilla con la mirada pues te vas a poner perdido. A la profesora de la guardería que te cambia el pañal con maestría. A la profesora de 1º, de 2º y de 3º de infantil que te enseña las letras, los números y algún que otro color. A los compañeros de mocos de clase. A mucha gente. Creces y cada vez conoces a más gente.

Una vez que crees que ya no te queda nadie por conocer, siguen apareciendo caras nuevas. Muchos. Somos muchísimos. Y no dejas de sorprenderte. Todos, desde que naces hasta que mueres, todos tienen algo importante que aportarnos en nuestras vidas.

Pues bien, ayer conocí a alguien. Alguien que pudo ser uno más pero que no lo fue. Alguien que después de pasar dos días de trabajo juntos, de repente y sin venir a cuento, se puso a hablar conmigo de algo que nos unía. Su madre y mi madre trabajaron juntas hace muchos años. ¿Importante? Podía no serlo pero lo fue. Estuvimos recordando las anécdotas que nos contaban de sus años de vuelos de aquí para allá. Sus historias. Sus vivencias.

Me hizo recordar esas tardes de sofá y manta donde nos contaba, como si el tiempo no hubiera pasado, lo mucho que disfrutó de sus tiempos de azafata de Spantax. En qué se gastó su primer sueldo. Sus destacamentos. Sus pillerías. Sus amigas que lo fueron durante toda la vida. Sus destinos. Sus fiestas al llegar a países lejanos. Sus pasajeros. Sus uniformes. Sus aviones del pleistoceno. Sus horas de sueño en pleno vuelo durmiéndolas en cualquier rincón del avión. Aquél primer vuelo al aeropuerto de Melilla. Aquella vez que se abrió una puerta en vuelo. Historias. Historias que nos encantaba escuchar y no, por oírlas mil veces, dejábamos de prestar atención.

Ayer, como decía, volví a vivir a mi madre a través de una de esas personas que te cruzas sin querer. Ayer me crucé con ella a pesar de saber que no lo era.

Gracias.

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