Patria

Patria. Fernando Aramburu. Narra la vida de dos mujeres, dos familias, tras el anuncio de ETA de dejar las armas. Dos familias rotas, a una le mataron a un marido, a un padre… a otra le “mataron” a un hijo, a un hermano… dos familias… dos dramas.

Hace unos años conocí a una familia del País Vasco que me abrieron las puertas de su casa, de su familia. Nos presentó una amiga en común. Cenamos, compartimos historias y, resulta, teníamos mucho en común. Veraneaban en el mismo sitio que yo. Nunca nos vimos. O sí. Amigos en común. Coincidiríamos en algún lugar, en algún momento. O no. El caso, es que conociéndonos o, probablemente, no, hoy somos buenos amigos.

Hace unos días me invitaron a cenar a su casa. Como siempre, un gustazo verles. Esta vez, acompañados de los padres de ella. Hablamos del pasado. De aquellos veranos en el mismo lugar, mismo momento. Aquella maravillosa gente que conocemos de allí. ¿Qué fue de Fulano? ¿Dónde andará Mengano? Hablamos de los tres temas prohibidos: fútbol, religión y política. ¡Qué osados! No. De eso nada. Hay gente con la que aún tocando ciertos temas, todo sigue igual. El Atleti. El Athletic. La Real. El Madrid. El Barcelona. Cataluña. Puigdemont. Rajoy. Zapatero. Maduro. Venezuela. Opus Dei. La familia. El aborto. Papa Francisco. Y… ETA.

En el momento que salió a relucir la banda terrorista dejé todo a un lado. Abrí los ojos, los oídos, con tal fuerza… Él, su padre, comenzó a relatar cómo fueron los años pasados. Los años negros. Lo que sintió al recibir la carta, la maldita carta, pidiendo dinero. Diez millones. Joder, diez millones a un recién estrenado padre de familia que decía ser ayudado económicamente por los suyos. Diez millones que o pagabas o pasabas a ser el centro de la diana. «Vaya a San Juan de Luz. Busque el Bar Tal y entrégueselos al tipo de turno”. Diez millones para salvar la vida de los tuyos. Cómo su padre tuvo que emigrar. Emigrar en su propio país. Esconderse de sus vecinos. Vecinos, sí, pero a su vez asesinos. Cómo le acogieron en un pueblo de Castilla. Cómo le recibió el Sargento de la Guardia Civil con lágrimas en los ojos, pues le acababan de matar a su hijo, también Guardia Civil. Cómo al volver a su tierra, al País Vasco, murió al poco tiempo de un infarto. Cómo le sentía víctima del terrorismo, a pesar de no haber muerto por una bomba lapa o un tiro en la nuca. Cómo se lo robaron. A su padre. Al abuelo de mis amigos.

Después de un largo rato, vino en mano, hablando de este tema, que yo pensaba tabú para ellos, me recomendaron leer Patria. “Léelo, es tal cual ocurrió.” Hoy he empezado a hacerlo. Lo leo y le leo a él. Le escucho contarme todo aquello mientras leo a Bittori y Miren. Las dos madres. La madre de dos hijos huérfanos de padre por culpa del hijo etarra de Miren.

Es cierto que esos años duros… tremendos los viví de otra forma bien distinta. En Madrid. Siendo niño, adolescente… Gracias a Dios esos hijos de puta no mataron a nadie de mi familia. Visto por la tele se ve de otra forma. Pero sí que me afectaron. Llegué, en algún momento, a sentir rabia por eso. Por mi lejanía. Cosas de la rebeldía de esas edades. ¿Qué demonios podría hacer un chico de 15 años? Nada. Sí que estuve cerca de dos asesinos en un restaurante en Madrid. Sí recuerdo llamar a la policía. Sí recuerdo cómo les detuvieron semanas después. Sí recuerdo celebrarlo a lo grande. Pero no recibí cartas. No miré debajo del coche. No volvía a casa con miedo de cruzarme con un vecino, vecino pero asesino.

Que alguien que pasó por todo aquello me abriese su memoria. Me invitase a entrar en su pasado. En su oscuro pasado. No tengo palabras para agradecérselo. Fueron un par de horas. Dos horas nada más. Dos. Dos regalos.

Espero coincidir pronto con ellos. Poder contarles que terminé el libro. Seguir hablando. Seguir escuchando. Seguir aprendiendo. Gracias.

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