Ni olvido ni perdón

Nací en 1975. ETA llevaba ya diez años asesinando. Diez años extorsionando. Diez años amenazando. En los años 80 ya leía el periódico. Ya veía las noticias en televisión. Desde esa época no había semana en la que no nos levantábamos con una nueva noticia. Una nueva desgracia. Muertos. Heridos. Secuestrados…

Era tan habitual que se convirtió en normal. He tenido la inmensa suerte de vivirlo, en cierta manera, desde la distancia. Es verdad que no soy víctima de ETA como se contempla en las acepciones que ofrece el Gobierno pero, tanto yo como el resto de españoles hemos sido, somos y seremos víctimas indirectas de esta barbarie. 

Nos llevamos las manos a la cabeza por atrocidades que se cometen fuera de nuestras fronteras, guerras, crímenes… nosotros lo teníamos en casa. Hasta el Ejército, nuestro Ejército, pasó del uniforme a esconderse tras un disfraz de “persona normal” con ropa de calle. Dejamos de ver autobuses con matrículaS ET, EA… y empezamos a ver coches camuflados, rutas escolares con adultos de pelo corto en su interior camino del Cuartel. 

Sería 1994 cuando tuve la suerte de comer en la mesa de al lado de dos de estos asesinos. Tuve la inmensa suerte de poder contárselo a quien correspondía. Tuve la esperada suerte de ver, otra vez en las noticias, como les detuvieron. La solicitada colaboración ciudadana dio sus frutos. 

Compartí tren camino de la Universidad junto a Jon Bienzobas, asesino de Tomás y Valiente. No supe quien era hasta que vi su repugnante cara en las portadas de los periódicos. 

Vi como destrozaron la casa de algún familiar con la onda expansiva de alguno de esos coches bomba tan frecuentes en los 90. 

Compartí avión con algún hijo de puta de esa banda camino de Madrid, acompañado por miembros de Europol, Interpol y Policía Nacional, devueltos por nuestros vecinos de Francia. 

Hablo con mucha gente de este tema y parece que todos hemos hecho borrón y cuenta nueva. No. ETA tal vez no mate. Tal vez no secuestre. Tal vez no extorsione. Tal vez nada de esto ocurra hoy, en 2019 pero, sí, ETA sigue siendo ETA. Y los etarras siguen siendo los mismos. No recuerdo ningún arrepentido. Siguen siendo etarras, latentes pero etarras. 

3000 atentados. 

864 muertos. 

7000 víctimas. 

Tres cifras fáciles de recordar pero que no debemos de olvidar. 

Me niego a ver como nuestros gobernantes pactan con esta calaña. Son asesinos. Son etarras. No son políticos. No son merecedores de nada. Y, mucho menos, señores de TVE, mucho menos de entrevistas en televisión. 

¡Ni olvido ni perdón*!

(*) (Me alegro mucho por aquél que pueda perdonar. Incluso diría que me da cierta envidia. Yo, todavía, no puedo.)

No hay que olvidar estos datos.

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