Dé gracias que otros no pudieron

Hoy vuelven los sobres con amenazas. Hoy vuelven a aflorar tristes sentimientos que unos desean olvidar y no pueden y otros olvidan aunque les dé exactamente igual. Hoy surge el debate de nuevo: verdad o mentira. Unos, los que lo reciben, aseguran que son amenazas de un sector de la extrema derecha. Otros, los de enfrente, dicen que es un autoenvío. Yo  no me atrevo a opinar sobre si es verdad o es mentira. No soy capaz de saber el recorrido que esos sobres han hecho hasta llegar a un tuit. 

Sí que soy capaz de otra cosa: recordar. Recuerdo con horror cuando las balas no se mandaban  por correo. Recuerdo cuando esas balas se enviaban con un gatillazo. Recuerdo cómo las dirigían hacia la nuca de su presa. Recuerdo ver cuerpos ensangrentados sobre el frío asfalto. Recuerdo levantarme muchas, muchísimas mañanas con las portadas de los periódicos hablando de lo mismo. Un muerto más. Dos. Tres. Así hasta cerca de un millar. Recuerdo con estupor ver las noticias con los ojos entreabiertos evitando ver el drama, el asqueroso drama. Recuerdo a ciertos políticos ya desaparecidos justificar esas balas. Recuerdo ver, y hasta sufrir, manifestaciones a favor de esos «remitentes». Recuerdo comer en el mismo restaurante que dos de esos asesinos. Recuerdo escuchar a familiares relatar cómo sobrevivieron a un coche bomba. Recuerdo a mi padre contar cómo vivió dos atentados en primera línea. Recuerdo ver llorar y sentir las lágrimas por amigos de amigos asesinados con esas balas que sí llegaron a su destino. Y, también, también recuerdo a uno de los supuestos destinatarios de hoy alabar las proezas de aquellos que mandaron miles de balas que acabaron con tantas vidas. 

Sr. Iglesias, dé gracias y deje de hacerse la víctima. Dé gracias por poder contarlo. Dé gracias que otros muchos miles no pudieron. No pudieron por culpa de aquellos con los que usted se fotografió. A los que usted tanto defendió. Dé gracias.

 


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