Cádiz-Granada-Madrid y Valencia-Roma

  
Se acabaron las vacaciones. Se acabó la playa. Se acabó el no madrugar. Ayer, a eso de las 10 de la mañana salíamos de Cádiz hacia Madrid con escala en un bonito pueblo de la Costa Tropical de Granada. Allí dejamos a nuestra hija en casa de su amiga del alma. Tan solo tienen siete años y parecen amigas adolescentes. De esas que se cuentan todo. Se comen a besos y abrazos de tal forma que da cierta grima. Se conocen desde los dos años. Cinco años de sus vidas juntas. Inseparables. Casi el 75% de sus cortas vidas compartiendo muchas horas de colegio y tantas otras fuera de él. Da gusto. Se escriben, se llaman… No hay día que en mi casa no salga su nombre. No hay día que en su casa no hable de mi hija. Incluso, hoy, en distintos colegios siguen igual que antes. Impresionante. Ojalá esta bonita e infantil amistad dure muchos años. Todos. 

Bien, pues después del que pensábamos fue nuestro último baño en la playa en aguas saladas del Atlántico, al dejarla en Granada, y tras una estupenda comida con los «padres adoptivos» de nuestra hija y muy buenos amigos, nos hemos dado un chapuzón en el Mediterráneo y hemos seguido camino de Madrid. Estos últimos kilómetros con un hueco libre en la fila de asientos de atrás. Durante esas horas de carretera hemos hablado de todo un poco. De lo que les ha gustado más de las vacaciones, de los nombres de los pueblos, de los insistentes avisos de la DGT recordando la importancia de medir la presión de las ruedas, de… todo. Y ha salido a la luz el trabajo. Los aviones. Los vuelos. Los destinos. Y recordando eso, contándoles historias a los niños, les conté el vuelo que hice hace casi 10 años un 9 de julio de Valencia a Roma. Y hablando, hablando, que por qué no publicaba en el blog lo que en su día escribí sobre aquél viaje. Pues bien, creo que no es mala idea retomar el blog recordando aquello. Espero que te guste. 

«Valencia-Roma, con el Papa: un vuelo para recordar.

Hace 48 horas mi corazón latía a una velocidad trepidante. Hace 48 horas salía en autobús del hotel Astoria de Valencia camino del aeropuerto de Manises. Hace 48 horas me dirigía allí con el resto de la tripulación para preparar el vuelo Valencia-Roma donde teníamos la gran suerte de llevar a SS Benedicto XVI. Hace sólo 48 horas.

Salimos del hotel con un puñado de nervios en nuestros cuerpos. No era tarea fácil. Había que hacer muchas cosas antes de que llegasen los pasajeros. Para empezar, al llegar al aeropuerto nos pusieron la primera pega, pues no teníamos acreditación para pasar. Casi conseguimos que el Papa se quedase un día más en Valencia. ¡Qué pena, todo se arregló! La Guardia Civil accedió a reconocernos como tripulación del vuelo y a dejarnos pasar. Una vez a pie del avión EC-JRE, un Airbus 321 de nombre “Villa deuncastillo”, sacamos las cámaras de fotos y empezamos a hacernos mil y una fotos. “Que se vea la alfombra roja”, “Repite, repite, que he cerrado los ojos”, “Mira, el escudo papal, mira a ver si consigues que salga con él al fondo”… Así un “carrete” entero. 
Después de sudar la gota gorda mientras los fotógrafos de la compañía nos hacían la foto oficial, subimos por las escalerillas al avión. ¡¡¡Qué bonito!!! El interior del avión era todo un lujo. Todos los asientos tenían un cabecero con el escudo del Papa, el logo de Iberia y la fecha del vuelo bordados en hilo. Una maravilla. Os podéis imaginar el estado de mis pelos… no estaban de punta… estaban fuera de sí. Me di un paseo por el pasillo antes de empezar a trabajar. Sólo, pasillo arriba, pasillo abajo… pensando en lo que estaba sucediendo. En unas horas estaría allí sentado, nada más y nada menos que SS Benedicto XVI acompañado por medio Vaticano. ¡Qué pasada! Primer lagrimón. 
Los once miembros de la tripulación auxiliar nos pusimos manos a la obra. Comprobar que había de todo, bebidas, comidas, regalos, hielo, mantas, almohadas, material de emergencias, extintores… Era un follón. Por allí pasaba mucha gente. Protocolo, seguridad española, seguridad del Vaticano, catering, fotógrafos de la compañía, coordinadores del vuelo… Pero de repente el avión se quedó medio vacío. Sólo estaba la tripulación y la comitiva de Iberia. Se cierra la cortina de mitad del pasillo, y por la escalera trasera comienzan a subir, con media hora de antelación a lo previsto, los periodistas que acompañan al Santo Padre. EFE, RAI, ABC, COPE… allí estaban todos. Paloma Gómez-Borrero, teléfono en mano (seguramente hablando en directo en la COPE) es la última en subir. 
Se escucha de fondo y lejano, a la banda de música militar que espera al Santo Padre. Me asomo por una de las ventanas y veo a los Reyes al fondo, al Presidente de la Comunidad Valenciana, a la Alcaldesa de Valencia, etc… y en el centro: Su Santidad. Sigo con mi trabajo, sin poder olvidarme de que en un rato tendré a sólo unos metros de mi al sucesor de San Pedro. 
Nos dicen que nos sentemos, ocupamos nuestros puestos, a mi me toca en la fila 19. Despego mirando por la ventana. Veo como todos dicen adiós desde el suelo. Nos escoltan dos todo terrenos verdes con dos Guardias Civiles en sus techos. Veo como pasajeros y tripulaciones de otros aviones que siguen en tierra nos dicen adiós. Veo como gente desde detrás de las vallas que delimitan el aeropuerto nos dicen adiós y fotografían el avión. La emoción es absoluta. Segundo lagrimón del día. El tercero está al llegar. Nada más despegar me asomo por la ventana y veo un caza a tan sólo unos metros de distancia. Horror, esto va a acabar conmigo… tercer lagrimón. Desaparece la señal de cinturones y nos ponemos en marcha. Todo sale perfecto. Todo. No os cuento nada del servicio, pues sería alargar esto más y más.
Nos aproximamos a Roma, aeropuerto de Ciampino. Los periodistas aplauden (pensaba que era normal, pero parece ser que es la primera vez que ocurre) a la tripulación. Me cuentan que en la COPE se ha oído a Paloma Gómez Borrero decirlo desde el avión, antes de abandonarlo. 
Hay un pequeño revuelo en la parte delantera pues quieren que toda la tripulación se acerque antes de que aparque el avión. Me acerco de los primeros. Veo por fin a Su Santidad. Le veo de espaldas, está sentado en su sitio. Está su fotógrafo delante de él. También está uno de sus secretarios. Veo a la Jefa de Protocolo de Iberia por ahí. Pero ya no miro más. Sólo me fijo en Él. Está sentado, relajado, atendiendo a todos los que le van presentando. Parece que me toca, doy un paso para adelante y me frena un agente de la Guardia Suiza. Esto se pone difícil. Ahora sí, creo que me toca. Vuelvo a dar un paso, y el mismo agente me para. Qué nervios. ¡Sí! Soy yo, es mi turno. Paso por delante de todos los que allí estaban, me pongo de frente al Santo Padre, me derrumbo al suelo de rodillas, tomo su mano, le beso el anillo de su mano derecha y le oigo decir “levanta y siéntate aquí, a mi lado”. “Santidad, quisiera hacerlo pero no puedo.” Me repite otra vez lo mismo, que me levantara y me sentase a su lado. “Santidad, no puedo levantarme” (Me temblaban las piernas como nunca). Insiste y me dice “Es que si no lo haces, no saldrá bien la foto”. ¡Anda!… la foto, es el único recuerdo gráfico que voy a tener con S.S., por lo que saco fuerzas de no sé dónde y me siento en el asiento 2C, a su lado. No le suelto la mano y me comenta que el vuelo ha sido estupendo, me felicita como miembro de la tripulación y me desea lo mejor. Yo tenía un montón de peticiones para hacerle, y con tanto nervio sólo se me ocurre decirle “Santidad, ¿cómo lo ha pasado en Valencia?”. Qué mal… Qué pena… Pero bueno, me dijo que lo pasó muy bien, que no esperaba que fuese tantísima gente, tantísimas familias de bien… Y que todo estupendo. No le quitaba la mirada de los ojos. ¡Qué ojos tiene! ¡Qué paz! ¡Qué bueno es, cuánta bondad! 
Lo siguiente que recuerdo es que me agarran de un brazo para levantarme y que pueda pasar el siguiente miembro de la tripulación. Directamente de la posición sentado paso al suelo a ponerme de rodillas ante él una vez más, le vuelvo a besar el anillo y me despido. Me quedé un rato al lado, sin quitarle la mirada. Veía como se iban acercando más tripulantes y de repente me acordé de las fotos. Llevé fotos de toda la familia, y una de Santa María de Caná. En décimas de segundo llegué a la conclusión que primero Caná y luego si acaso las de la familia. La de Caná tenía más posibilidades de ser firmada por Su Santidad. Me doy la vuelta y veo que en el asiento 3F sigue sentado el secretario del Cardenal Sodano, Mokrzycki. Me presento como miembro de la tripulación del vuelo. Le pregunto en que idioma hablamos, me dice que en italiano (pienso, italiano no sé ni pápa, así que haré lo que se pueda) y le pregunto por el vuelo. Acto seguido le digo que vengo de una Parroquia de Madrid de dónde han ido 1500 feligreses a ver al Santo Padre a Valencia. Exclama que qué barbaridad. Le digo que tengo unas fotos de mi familia y otra de la Parroquia para que, aun teniendo un No por respuesta, y teniendo en cuenta que es la única vez en mi vida que pueda tener tan accesible a Su Santidad, a ver si era posible que… “¿…te la firme el Santo Padre?”, me corta. Le digo que sí, sí, por favor que lo haga. Es para llevárselo a Don Jesús Higueras, párroco de Santa María de Caná. Me dice que sí, que no hay ningún problema que le dé la foto. ¡Horror! La foto está en la parte de atrás del avión, a unos 47 metros de distancia con todo el pasillo obstaculizado por Cardenales, Obispos, un Embajador, representantes de la compañía, y 70 periodistas. Pienso “o vas o te mato”. Total, que voy. Empiezo a correr por el pasillo, quitándome de encima a Cardenales, Obispos, un Embajador, representantes de la compañía y 70 periodistas. Llego a mi maletín, saco la cartulina con la foto pegada y “vuelo” hacia la zona delantera quitándome de encima a Periodistas, representantes de la compañía, un Embajador, Obispos y algún Cardenal que quedaba a bordo. “El Papa se acaba de bajar” me dicen. Muero. No, yo esto lo hago por D. Jesús que le prometí que lo hacía. Así que sin preguntar, le digo a los tres comandantes, dos sobrecargos y representantes de la compañía que estaban despidiendo a los pasajeros que me bajo del avión. Me debieron de ver tal cara que simplemente me dijeron que “Sí, baja, corre que se va”. Bajé zumbando, y de repente veo a tropecientos obispos y cardenales despidiéndose del Papa. “¿Quién será el secretario Mokrzycki?” Ni idea. Veo al Cardenal Herranz y le ruego que me señale al secretario Mokrzycki. Después de explicarle para que era en décimas de segundo, atónito, me dice “es aquel de allí, corre que suben al helicóptero ya”. Corro con foto y rotulador en mano hasta la escalerilla del helicóptero, tengo al Santo Padre a dos metros de mí, y le doy la foto al secretario Mokrzycki. Éste sube al helicóptero y mientras algún agente de algún cuerpo de seguridad italiano me agarra y me dice que qué estoy haciendo allí y me echa para atrás veo a través de la ventana, como le entrega la foto al Papa. Éste la coge, la mira, (la bendice, espero) y la firma. Lágrimas. Tengo a dos tipos con pinta de agentes a mi lado. Les ruego que no cierren la puerta del Helicóptero. Necesito esa foto. Me preguntan que qué foto. Que qué hago ahí. Yo por un momento me veo esposado y camino del loquero o a lo peor de una cárcel. Pero no… aparece el famoso secretario Mokrzycki con la foto en la mano, levantándola para buscarme. Y corro con dos agentes detrás de mí hacia él. Uno de ellos me dice, corre y no lo vuelvas a hacer nunca más (sonriéndome, menos mal). Sigo corriendo (me habían alejado bastantes metros) y pongo un pie en la escalerilla del helicóptero del Papa (puedo presumir de haber estado en su helicóptero) y el secretario me da la foto felicitándome. Me despido de él agradeciéndoselo infinito. Me marcho dando pasitos hacia detrás. Veo a Benedicto XVI por su ventana, sentado y le digo adiós con la mano y agachando la cabeza en modo de agradecimiento. Me quedo mirando y ya, el agente, hasta el gorro de mi, me dice “sube al avión, que ya tienes foto y vas a acabar volando si te quedas aquí, es peligroso”. Me subo al avión y enseño la foto a todos, dando gracias por dejarme bajar. 
D.Jesús va a estar encantado. Yo… soy el tipo más feliz de la tierra.»

Cerrado por vacaciones

Salvo que entre baño y baño en la playa, salvo que entre castillo de arena y carreras sobre la hirviente arena, salvo que entre «corre al chiringuito a por helados para los niños» y «ven corriendo que no encuentro al pequeño», salvo que entre pescaíto y cervecita… salvo que entre todas esas cosas me dé algo de tiempo para escribir, me temo que nos vemos a la vuelta de las vacaciones. 

Pasad todos un buen verano, unas merecidas vacaciones y no os olvidéis de la crema, que yo siempre lo hago y vuelvo mudando piel a kilos. Cualquier año le hago un bolso a mi mujer con lo que pierdo, ¿no se venden de lagarto, cocodrilo…? O un cinturón, que ando escaso. 

Pues lo dicho, vuelta y vuelta que el sol aprieta y parece no querer dar tregua. 

Besos y abrazos y nos vemos en unas semanas. 

Una canción muy veraniega…

¿Volveremos a oír esta música este verano? 

 

Ideas 

Ideas. Necesito ideas. Necesitamos ideas. 

  
Como sabes, estoy trabajando en la Fundación Andrés Marcio, Niños Contra la Laminopatía. Para el que no lo sepa, llegados a este punto, los de mi entorno lo saben todos, pero nunca se sabe hasta donde puede llegar este texto, la laminopatía es una enfermedad rara entre las raras. Solo se conocen cinco casos en España y cinco decenas en el resto del mundo. Teniendo en cuenta las poblaciones, el porcentaje es mínimo. Un 0,00000011% de la población española y un 0,000000007% de la mundial. Es muy poca gente. Muy pocos niños. Pero, no por ello, dejan de ser importantes. Como decía, la laminopatía es una rarísima distrofia muscular degenerativa que deja a los niños que la padecen en unas malísimas condiciones para vivir y acaba con ellos en edad adolescente.

Las principales funciones de la fundación son dar a conocer la enfermedad, conseguir detectar casos que aún no estén diagnosticados, apoyo a las familias, y, por supuesto, encontrar la cura definitiva

Para ello se necesita hacer una labor de divulgación que estamos intentando por todos los medios. Hemos aparecido en algunos medios de prensa, televisión y radio. Hemos estado con SM la reina Dª Letizia en el acto oficial del Día Mundial de las Enfermedades Raras. Hemos asistido a distintos actos de otras fundaciones y asociaciones. Pero… no es suficiente

Por otro lado, el tema económico, lamentablemente es igual de importante o más. Tenemos la grandísima suerte de estar recibiendo apoyo económico de varias empresas, de un importante número de personas de forma individual, con venta de camisetas en la actualidad, distintos eventos deportivos, etc. Pero… no es suficiente

Por eso las ideas. Necesito tu ayuda. Necesitamos tu ayuda. Seguro que entre todos organizamos un brain storming y sacamos algo bueno. Si se te ocurre algo, si sabes de alguien, si conoces una empresa… lo que sea, y crees que puede ser útil, no dejes de decírnoslo. Puedes ponerte en contacto con nosotros de varias formas:

Mail Fundación: fam@fundacionandresmarcio.org

Teléfono Fundación: +34 91 449 09 07

Twitter: @laminopatia

Facebook: Fundación Andrés Marcio

O, también, puedes hacerlo dejando un comentario en este blog. 

Para cualquier información adicional sobre la fundación o la enfermedad, no dejes de consultar la página de la fundación o no dudes en ponerte en contacto conmigo gonzalonm@fundacionandresmarcio.org 

Espero tu respuesta. Seguro que tienes algo bueno que aportar. Entre todos, es posible que acabemos con la laminopatía. Andrés, Álvaro, Lluis, Ekaterina… Todos ellos se lo merecen.

Especial, no, lo siguiente 

 
Hace unos meses le conté a mi familia que había empezado a trabajar con la Fundación Andrés Marcio, Niños Contra La Laminopatía. Ya les había hablado de ella pero les hice saber que a partir de ese momento ya formaba parte de la fundación. Al cabo de unos días me llamó mi cuñada Teresa para invitarme a ir al colegio donde trabaja como profesora. Es un colegio de educación especial, el Colegio Público de Educación Especial Princesa Sofía. El motivo de la visita era que los alumnos del centro representarían una obra de teatro para dar por finalizado el curso. 

Especial… No, no es especial. Es más que eso. Es la pera. Es un colegio donde todos y cada uno de los alumnos, cien si no recuerdo mal, tienen algo que les diferencia de la mayoría. No voy a entrar en detalles ya que desconozco el diagnóstico de cada uno. Son algo más de cincuenta empleados los que dedican su tiempo en cuidar, atender y educar a estos niños. 

Llegué a eso de las 11 de la mañana. La obra de teatro comenzaría pasadas las 12. Tuve la oportunidad de conocer distintos rincones del colegio. La calse de música, la de actividades plásticas, el centro hogar, donde les enseñan cosas de la casa, del día a día, el aula de religión, el gimnasio, patios, comedor… Todos igual al de un colegio cualquiera pero adaptado con camas para cambiar a los niños, gruas para los más grandes, pictogramas para comunicarse con algunos, etc. 

Ayudamos a decorar alguna silla de ruedas para la obra de teatro. Saludé y fui saludado por infinidad de alumnos. Todos con esa curiosidad infantil hacia el desconocido. Autismo, Down, retrasos… se respiraba mucho drama familiar por los pasillos. Imaginaba el momento de un padre al tener que decidir cambiar a su hijo de un centro típico a uno de educación especial al darse cuenta que lo que su hijo tiene no es simplemente un episodio de inmadurez sino algo bastante más serio. Aún así, según levantaba la mirada y veía al personal que allí trabaja, me ponía en la piel de esos padres y me quedaba más tranquilo. 

Llegó el momento de la representación. Todos en el gimnasio que hacía de camerinos. Los profesores nerviosos. Los niños ilusionados. Alguno pataleando por que no quería disfrazarse. Otros con ganas de empezar. Otros ensayando para hacerlo mejor todavía. 

Entran alumnos de colegios de la zona que vienen a ver la obra. Se sientan. Aparece Esperanza, la directora, y micrófono en mano explica lo que van a ver. Pide silencio y se abre el telón. 

La obra, preciosa, trataba de una princesa que aterrizaba en la Tierra y recorría  sus distintos lugares: África, los polos, el agua, el sol, las nubes… He de reconocer que se me saltaron más de una y más de dos lágrimas. Los que me conocéis sabéis que soy de lágrima fácil. De repente me puse a pensar en los niños. No lloraba por ellos. No. Vale, ellos emocionan, te capturan con su mirada. Te abrazan sin tocarte. Pero esas lágrimas caían cuando vi el cariño con que las profesoras trataban a esos niños. Lo que ese grupo de profesionales ha tenido que luchar por conseguir ese pedazo de actuación es inimaginable. Si mis hijos tardan dos o tres meses en ensayar entre clases la función de Navidad, estos niños llevan desde octubre. Ocho meses, todo un curso, para poder hacernos disfrutar a los que allí estábamos. Rompia el teatro a aplausos cada dos por tres. Todos los niños del público eran conscientes del esfuerzo que allí se veía. Impresionante. 

Quiero dar las gracias, en primer lugar a Teresa por invitarme. No es consciente de lo que he disfrutado. De lo que he aprendido en unas horas. También a Esperanza, su directora, por el gran equipo que tiene. Por el maravilloso trabajo que dirije. Y a sus profesores, Diego (música), Noelia (teatro), Ester, Patricia, Marga… Todos. Gracias por cuidar de estos chicos. Ya sabía que iba a un sitio especial, pero no tanto. Gracias. 

Esa manta no es suya

Sí. Estoy completamente de acuerdo. El cuarto de baño de un avión no es el más fácil de usar. Efectivamente. Se han de cumplir ciertos aspectos para poder utilizarlo. Estar dentro de un avión. Que la señal de cinturones no esté encendida. Que el cuarto de baño funcione. Que el cuarto de baño esté vacío. Muy complicado. 

Bien, dadas todas esas circunstancias ya estamos dentro del pequeño habitáculo, aunque, por alguna extraña razón, hemos tardado un par de minutos más de lo normal en averiguar el mecanismo de apertura de la puerta. Una vez dentro pasamos a convertirnos en otra persona distinta a la de fuera. Usamos una de las pastillas de jabón y otras dos van al bolsillo, no vaya a ser que me vea en medio de mis vacaciones en Eurodisney sin poder lavarme las manos después de tener que ayudar al menda de mantenimiento del parque a cambiar una rueda de la montaña rusa de Mickey Mouse y al ir a lavarme las manos me encuentre con que en el parque se han quedado sin jabón. 

Una vez me doy cuenta que no hay seca manos de aire caliente, no frío, me pongo cual detective buscando huellas en el suelo a buscar algo con que secarme las manos recién limpias. Encuentro unos folios de papel rugoso doblados por la mitad ordenados y guardados en un pequeño compartimento. Tiro de uno de ellos. Parece poca cosa para toda el agua que corre por mis manos. Recordando el momento servilleta de Mc Donald’s, agarro un puñado de papeles y salen cientos volando por todo el baño. Consigo quedarme con uno en la mano. Después de esconder con los pies los que cayeron al suelo, solo los del suelo, salgo de ahí pitando. Vuelvo a entrar. Ya sé abrir la puerta a la primera. Olvidé que entré para otra cosa. Me siento, comienzo a leer todo lo que pone por todas partes. «Regrese a su asiento», «No fume», «Según la Ley bla, bla, bla… Que no fume, coño», «flush», «paper/papel», «waste/papelera», etc. Encuentro el rollo que se encuentra bajo mi axila derecha. Consigo cortar una medida de papel suficiente para… para lo que es. Me levanto preguntándome por qué todo está en español y en inglés salvo donde pone «flush». Ante la duda no lo toco. Ese botón puede ser peligroso. Busco la cadena para accionarla y hacer desaparecer mi obra. No la encuentro. Salgo de ahí silbando y mirando a otro lado. Nadie sabrá quién fue el último. Me cruzo con una azafata. Me mira. La miro. Entra al baño. La oigo. Me callo. Me siento. Me duermo. 

Hora de la comida. Bandeja minúscula con cacharritos ordenados cual partida de tetris. Me vienen a la cabeza aquellos rompecabezas del Mundial 82 con naranjito seccionado en 15 piezas desordenadas sobre un fondo de 16 huecos. Ahora tú habrías de recomponerlo. El momento bandeja de avión es igual. A ti te lo dan ordenado. Lo desordenas. Lo intentas devolver a su forma original y ves que es imposible. Es más fácil cambiar la rueda trasera de una Vespa a oscuras que montar una bandeja de avión. Ahora entiendo por qué desaparecen los cubiertos. ¡Para hacer hueco! No es que la gente sea tan cutre de llevárselos para completar la cubertería de diario. No. Es que algo tienen que hacer con ellos mientras recomponene la bandeja. En algún lugar han de dejarlos y cuál mejor que el bolsillo de la chaqueta o el bolso.

Hablando de desapariciones, la manta de Iberia es un clásico. Ya sea de cuadros, rombos o lisa. La última que se usa, la que te encuentras ahora al llegar a tu asiento, es roja con pinta de forro polar, y cuando digo pinta, me refiero a eso, solo pinta. Pues bien, aún siendo de bastante peor calidad que las de la época de aviones en blanco y negro, esa época del glamour, el estilo, los sombreros y las capas… aún siendo mucho peor, aún así es objeto de deseo de muchos pseudo cleptómanos. Esos que la esconden bajo el jersey para no ser vistos por la azafata que le miraría con cara de «está usted robando una manta, esa manta no es suya» y él respondería con cara de «¿es que no puedo?» Pues no. No puede. Como no puede llevarse la manta de un hotel. Que, aparte de no ser un todo incluído, aunque así lo fuera, los todo incluídos tienen un límite. 

Otro regalo que suele acabar en manos ajenas son las almohadas. Deben hacer mejor efecto que las famosas Butterfly Pillow, ya que donde había 340 con el avión preparado para el embarque, al llegar al destino ese número suele ser algo menor. O igual son como los mensajes del Inspector Gadget, que una vez leídos se autodestruían. 

Luego está ese momento en el que los pasajeros por haber pagado un billete de avión se creen dueños y señores del avión. La tripulación se despista, o no, o simplemente está realizando su trabajo y te encuentras con el de la 15C abriendo los carros como el que abre la nevera de su casa. Que como yo he pagado el billete el avión es mío desde Bogotá hasta Madrid. Luego ya será de otro. Pero ahora es mío. Que tengo sed y no hay nadie en ese momento ofreciéndome una bebida, para qué le voy a llamar si puedo levantarme yo solo, aprovecho para estirar las piernas y ya me pongo yo el gintonic. ¿Que no encuentro la ginebra? Pues un ron. ¿Que no hay ron? Pues una cerveza. El caso es tomar algo ya. No me imagino yo a ese de la 15 C pasando a las cocinas del restaurante Tal y saltándose a la torera las más básicas normas de protocolo para llegar a la cocina, abrir la despensa y coger la salsa de turno que le apetece echar en ese momento sobre su plato para darle un toque distinto al pescado que había pedido. No. No soy capaz de imaginarlo. 

O a ese mismo de la 15 C entrando al bar de Antonio donde suele pasar por las mañanas a tomar café y agachar su hueca cabeza para cruzar el umbral de la barra que separa a los clientes de los empledos para servirse una caña bien fría. No. Tampoco me lo imagino. 

Los aviones. Eso que todos conocemos donde muchos nos transformamos. Ríete de los estadios de fútbol. En los aviones hay cambios más radicales. En los aviones pasa de todo y esto ha sido una simple muestra. Otro día más. 

Y nos echó de casa a los dos

Viernes 29 de mayo, por la tarde. 6 toros 6. A las siete de la tarde suena la música anunciando la entrada de los que allí se jugarán la vida. En la plaza no cabe ni un alma. 

  
El sol, que castigó días antes, se relaja y calienta algo menos. Sale el primer toro. El segundo. El tercero. El cuarto. Y el quinto. 

Quinto de la tarde. Zabala de la Serna lo contó así en El Mundo:

  
«Alejandro Talavante improvisó con el temperamental quinto una faena, qué digo faena, una lidia, una obra, genial, desordenada, loca y tremendamente valiente. Ya con el capote dibujó, creó y se inventó tijerillas y broches de orfebrería a unos delantales clásicos. Y recortes que sorprendían como sorprendió ese principio de rodillas que volvió la plaza del revés con una arrucina de manicomio y un pase de pecho como si estuviera en pie. Así de hondo. Increíble. Aquella barbaridad que ya había cometido en Aguascalientes la repetía con los dos pitones del de juampedro en Madrid. Desde entonces, su inclasificable actuación atrapó el alma de Las Ventas. Y entre arrucina y golpe de magia, la mano arrastrada, la izquierda y la derecha, la varita de la conexión. La peña se caía por las escaleras a golpe de calambre. Las manoletinas de despedida. Pero toda esa soltura de brazos destinada a la imaginación se encogió otra vez con la espada, retraído el codo. La Puerta Grande se cerraba en cada pinchazo. La vuelta al ruedo la paseó con una fuerza atronadora.»

Y en esa vuelta al ruedo, al pasar por el 5, un buen hombre, Ricardo, se asomó desde el tendido y le enseñó un gallo. Un gallo que siempre tiene preparado para Talavante. Esta vez no pudo ser, no hubo puerta grande como pronosticaba en la caja que portaba al gallo, pero la faena lo mereció y el gallo voló a la arena. 

  

 Talavante lo cogió por sus patas. Lo paseó hasta que terminó de dar la vuelta al ruedo y se lo entregó a Óscar, su segundo mozo de espadas. Éste, empezado el sexto del día, corrió a buscar a Ricardo para agradecerle el gesto y pedirle la caja. Yo, desde arriba, desde lo alto del 7, donde disfruté con mi amigo Sergio y mis primos Cristina y Julio de la tarde de toros, llamé a Óscar para ver qué iba a hacer con el gallo, que si lo iba a meter en mi coche de vuelta al hotel. Me dijo, «No nos lo llevamos, si lo quieres, tuyo es». Respondí sin pensar. Respondí que sí. El sexto toro lo vi, pero no lo seguí. Mi atención estaba centrada al cien por cien en el gallo. En el momento que apareciese en casa con una caja con un bicho dentro. Dolor de cabeza. Risas. Preocupaciones. Llantos de risa. Sergio alucinaba. Yo, reconozco que también lo hacía. Hay veces que no me conozco. No sé quién soy. No sé cómo voy a reaccionar. Ésta fue una de esas veces. 

Camino de casa, dejé a Sergio en un restaurante donde le esperaban para cenar. De ahí a casa hay unos siete minutos en coche. De esos siete, dediqué diez a llamar a gente que pudiera dar asilo al gallo previendo la respuesta de mi mujer en casa. 

Su respuesta fue la esperada. 

  
1.- ¿Qué hay dentro de esa caja?

2.- ¿Por qué pone nosequé de un gallo?

3.- ¿Por qué salen ruidos de la caja y por qué se mueve sin que la toques?

Portazo. 

Desde fuera oí: «Con eso no entras en casaaa.» (Y añado, lógicamente). 

Las llamadas que hice desde el coche dieron resultado. A los veinte minutos del portazo me encontraba bajando al gallo del maletero en casa de Raúl. Él tuvo gallinas y algún gallo en casa. Una vez en el gallinero nos sentamos a comentar la jugada con un vino, vinazo, entre manos. Nos reímos como hacía tiempo que no me reía. Puedo resumir la conversación con una frase que me dijo:

«Solo tú podrías aparecer en casa con un gallo y solo yo podría aceptarlo.»

Exacto. ¿Cuántas veces en mi vida habré oído que solo a mí podría pasarme tal o cual cosa? Cientos. Miles. Y sí, solo a mí pueden pasarme porque soy yo el que las vive. Y en esta vida hay que hacer de todo, vivir de todo, probar de todo. Creo estar seguro si digo que de esas miles de veces noe arrepiento de ninguna. Lo que sonó como un portazo, sabía con total certeza que en un día sonaría a risas en lugar de a una puerta enfadada. Y así fue. 

El sábado fui con los niños a ver al gallo. Entramos a ver a un gallo. Salimos despidiéndonos de Matador. Así se llama. Así se llamará. Ahora vive en Riaza, rodeado de gallinas y caballos. Con unos muy buenos amigos, Ismael y, su padre, Javier, que le recogieron de casa de Raúl y sé que le van a cuidar para que en verano podamos ir a verle y recordemos juntos como pasó del tendido del 5 a mis manos. 

Cacareando, me despido hasta la próxima. 

  

Noches sin dormir

Llámalo jetlag. Llámalo lo que sea. Yo lo de no dormir, o dormir poco lo llevo fatal. Por motivos de trabajo pierdo del orden de ocho noches de sueño al mes. Llevo seis años con este ritmo. Y me quedan, si los políticos, hoy en boca de todos, no lo cambian, unos quince o veinte años por delante. Calculadora en mano, llevo 528 noches perdidas y me quedan 1760 hasta la jubilación. Hacen un total de 2288 noches sin dormir, o durmiendo poco o nada. Si eso lo paso a años da un resultado de poco más de seis años. ¡Seis años sin dormir! Yo, según el INE, tengo una esperanza de vida de 85 años y si a eso le resto las noches de juerga de la adolescencia, postadolescencia, paternidad e infancia… Me voy a tirar media vida insomne. 

Dicen que los síntomas de una noche sin dormir son parecidos a los de una persona con brotes psicóticos. Yo tendría que estar internado ya. Y aquí sigo. 

Pasar 24 horas sin dormir produce los mismos efectos que una persona que se ha tomado cinco copas. Deduzco que vivo medio pedo y sin gastarme un duro en copas. 

La producción de la hormona que te hace sentir lleno, leptina, se reduce una barbaridad cuando no duermes. Ahora entiendo mis paseos a la cocina a las 3 de la mañana. 

El índice de masa corporal es un 4% más alto en las personas que no dormimos. Vale, no estoy gordo, tengo el IMC alto. Dormir engorda. Y cuando duermo me desinflo. Ahora comprendo mis subidas y bajadas de kilos en cosa de 24-48 horas. 

La presión arterial sistólica en los que dormimos menos de 6 horas diarias suele ser superior a la de los que duermen más. No tengo taquicardias, es que mi corazón se pone a 100 por falta de horas de sueño. 

Las posibilidades de que enferme de diabetes son mayores en mí que en en el resto de los mortales. De momento me libro. Toco madera. 

Y también dicen que si paso más de tres noches seguidas durmiendo menos de cuatro horas mi cerebro empieza a perder células y tengo muchos números de lotería para padecer Alzheimer o volverme demente…

Dicho esto… Me voy a dormir, que llevo dos noches seguidas y paso de jugármela en la tercera y, además, no sé a cuento de qué venía esto. 

Buenas noches. 

Zzz…

The lion sleeps tonight

Jay Siegel, Hank Medress, Phil Margo y, su hermano de 14 años, Mitch Margo formaban el grupo The Tokens en 1961. El grupo, como tal, se creó en 1955 en el Abraham Lincoln High School de Brooklyn. Tras unas idas y venidas de distintos miembros, así es como quedó cuando salió a la luz la versión, su versión de The Lion Sleeps Tonight. 

Unos años después, a principios de los 80, un niño cogía una silla para subirse a ella y poder llegar al armario donde se guardaba una gran colección de discos en su casa. Ese niño buscaba y rebuscaba hasta encontrar uno con la carátula en tonos azules y grises. Ese niño, sin hacer mucho ruido para no ser descubierto por su padre, sacaba el disco, lo miraba con emoción, lo sacaba de su funda, se lo pasaba por la camiseta para quitarle unas pocas motas de polvo y lo colocaba en el tocadiscos. Una vez lo encendía, colocaba la aguja sobre el surco corresponidente y subía el volumen al máximo. 

  
Podía escuchar esa canción decenas de veces por tarde. Día tras otro. Alguna noche lo hizo también. Siempre esperaba a que el resto de su familia estuviese ocupada haciendo otras cosas. No quería que nadie le molestase. La oía. La escuchaba. La tarareaba. La… cantaba. 

Pues bien, ese niño creció y hubo un año, 1992 para ser exactos, que a finales de verano se subió a un avión camino de Estados Unidos para estudiar COU. Un fin de semana cualquiera, la familia de acogida, en este caso, el padre, que ejercía de padre, madre, hermano… era un tipo divorciado y sin hijos, le llevó a Pennsylvania a Hershey Park, el parque de atracciones de la marca de chocolates. Pasaron un largo día allí subiendo y bajando en montañas rusas y otras atracciones. Al caer el sol, decidieron que era hora de coger el coche y volver a casa pues les esperaba un largo viaje de vuelta. Al dirigirse hacia la salida del parque, ese niño, ya adolescente, creyó oir aquella canción. Dejó de atender a todo y solo se concentró en la música que se oía a lo lejos. La siguió hasta que se encontró con cuatro señores sobre un escenario. Las gradas estaban vacías. Andaban por ahí varias personas haciendo lo que tuvieran que hacer. Dejaron de tocar y uno de ellos bajó del escenario. Da igual quién fuera. Se acercó al, ya, adolescente y le preguntó si necesitaba algo. El niño le preguntó que quienes eran. Les dijo que la versión que estaban tocando de The Tokens era increiblemente parecida a la que él escuchaba, a escondidas, años atrás. El señor sonrió. El señor dijo: «We are The Tokens». 

Hablaron un rato. Le contó que venía de Madrid durante un año para estudiar COU. Le contó la cantidad de veces que pudo escuchar esa canción de pequeño. Lo mucho que le gustaba. Lo poco que tardó en memorizarla. Y él, el cantante, el mito, le invitó a quedarse en el concierto que comenzaría un rato después. Así hicieron. Se quedaron. Se sentaron en la segunda fila. Y a mitad de concierto, cuando parecía que iban a cantar otra canción, el mito, se acercó al micrófono y le pidió que subiese al escenario. Subió. Le presentó al público y le hizo sentarse en un taburete para escuchar desde el mismo escenario la canción, la misma que escuchó tantas veces hasta destrozar el disco, aquella canción que tanto le gustaba de pequeño. Al terminar, se despidieron y le regalaron un cassette firmado por los cuatro y una camiseta del grupo. Las viejas glorias seguían vivas. Seguían dando guerra. No en escenarios con miles de personas aplaudiendo, no, pero sí en un pequeño escenario para unas 800 personas que aplaudieron a rabiar. Yo entre ellas.

El otro día mi hijo mayor me pidió que le pusiese en Spotify esa canción. Ese niño de los años 80 es hoy padre de un niño de su misma edad que empieza a escuchar esa misma canción. Pronto, sé que la tareará. Y más adelante la cantará. La vida se repite. 

Y hoy, no sé donde, he visto este video que me ha hecho recordar todo aquello. Versión a capela de un grupo alemán digno de ver y de escuchar. 

In the jungle 

The mighty jungle 

The lion sleeps tonight 

In the jungle 

The mighty jungle 

The lion sleeps tonight


In the village 

The quiet village 

The lion sleeps tonight 

In the village 

The quiet village 

The lion sleeps tonight 


Hush my darling 

Don’t cry my darling 

The lion sleeps tonight 

Hush my darling 

Don’t cry my darling 

The lion sleeps tonight

Tan pequeña que se hizo grande

Estaba sola. Se movía lentamente de un lado a otro. Pasos cortos. Bailaba sin música. Bailaba sin pareja. Puede que supiera que la miraba. Pienso que no. Desde la distancia la observaba como aquél que mira desde el palco una gran actuación. 

Seguía sola. Miraba a su alrededor y no conseguía ver a ninguna más. Sola. Silencio. Un gran espacio hasta donde se perdía mi vista y allí seguía, moviéndose en la soledad. Blanca. Hermosa. Se estiraba. También se encogía. Parecía querer tomar cierta forma pero no lo lograba. Insistía. Crecía. Menguaba. Crecía. Menguaba. 

Yo seguía buscando y, nada, no encontraba compañía para ella. El silencio crecía. Su escenario también. Sus formas cambiaban. Empezaba a sentirse irrelevante. Empezaba a carecer de sentido. Su tamaño se hacía cada vez más pequeño. Su sombra… ¡qué sombra!… Su sombra era inexistente. La luz la hacía protagonista. Tanto que no le regalaba ni su propia sombra. Desolada. Se rendía. 

Cerré los ojos. Pensé en su razón de ser. Permanecí así unos segundos hasta que volví a abrirlos. La busqué. Se perdió. La perdí. Desapareció. Se desintegró. El escenario se quedó lleno de vacío. Ese vacío ya no era lo mismo. Ese vacío… ese cielo perdió a su nube. La nube que ví volviendo a casa del trabajo y que me hizo perder la cabeza y pensar en esta locura. Era tan pequeña que no tenía ni sombra. Tan pequeña que no saldría ni en los mapas del tiempo. Tan pequeña que, para mí, se hizo tan grande. Tan pequeña. Tanto. 

  

«En diciembre me vuelves a felicitar»

Ella lo seguía celebrando el 8 de diciembre pero nos dejaba felicitarla hoy, primer domingo de mayo. Era algo clásica hasta para eso. También decía que su santo no era el 24 de julio, Santa Cristina, sino el día de Cristo Rey que, cada año, caía en fechas distintas. Me volvía loco. Era especial hasta en eso. Durante muchos años me levanté pronto por la mañana para darle un beso fuerte tal día como hoy sabiendo que me diría «Gracias pero en diciembre me vuelves a felicitar» y así año tras año hasta que un año no pude hacerlo. Ya no estaba. Desde entonces la felicito de otra forma. Hoy esa otra forma la escribo aquí. 

Felicidades mamá. 

  

«Era guapa. Una belleza especial. Morena de pelo, de ojos, de piel… Dientes algo separados que le daban ese toque personal.

Todos quedaban prendados de ella. Algo tenía que atraía. Llamaba la atención. 

Generosa. Mucho. Siempre tenía algo que darte. Algo con lo que sorprenderte. Siempre intentaba alegrarte. Siempre lo conseguía. 

Simpática. Divertida. Entretenida. Una gran imaginación. Creaba historias de cualquier situación. Se inventaba historias de lo que le rodeaba para hacerte pensar. Jugando a pensar. Pensar jugando. 

Conseguía lo que quería. Allá donde iba y encontraba obstáculos, sabía sortearlos. Resolutiva. No tenía freno. Si algo quería lo lograba. Si no era para ella, con más razón. 

Café por la mañana. Café a media mañana. Café a mediodía. Café… Café a todas horas. Café frío. Café solo. Solo café. Corría más sangre colombiana por sus venas que por las de Juan Valdez. 

Nos cuidó. Nos enseñó. Nos educó. Esperó a que nos enamoráramos, casáramos, formáramos nuestras familias, tuviéramos nuestros hijos… sus nietos…

Y un día se fue. Me quedé sin ella. Me quedé sin ti, mamá.»

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