Los ángeles sí existen

 

– “¿Te puedo robar dos minutos para contarte una historia? Luego tú decides si me das más tiempo o no.”

Me lo dio. Me dio cinco más. Y diez. Incluso 20. Charlamos sobre ellos. Álvaro, Lluis, Nico, Ekaterina… Andrés… Hablamos de cómo son. Cómo podrían ser. Cómo querríamos que fueran. Pero, en definitiva, hablamos de ellos. Le mostré un par de vídeos. Los vio, solo, sentado. Me fui. Le dejé que los viera tranquilo. De repente veo que se levanta. Me mira. Voy. Y me dice:

– “Pasado mañana nos vemos y organizamos esto. Esto lo hacemos seguro.”

Le acompaña alguien de su equipo, que en los últimos meses ha demostrado tener una infinita paciencia conmigo y mis preocupaciones y dudas. Le pide que organice una reunión conmigo en dos días. Le dice que es imposible. Están hasta arriba de trabajo. Grabaciones. Estudio. Giras. Viajes. Lanzamiento del nuevo disco. No puede ser. No puede ser… Es. Dos días después nos vemos. En diez minutos está todo hablado. Fácil. No. Fácil, no. Milagroso.

Dos meses después. Diez mil llamadas de ida y vuelta. Mensajes para ellos. Mensajes para mí. Posible cambio de fecha. Entradas sin vender. Entradas vendidas. No hay luz donde se va a celebrar. ¡No hay sonido! Quedan dos días. Todo se arregla. Llega el día. Es una de esas pocas veces en mi vida que lo he pensado: “¿Será todo mentira? ¿Será que estoy soñando?” No. Parece que todo va en serio.

Las llamadas en este tiempo entre Isabel, de la Fundación, y yo han sido innumerables. Que si vendemos las entradas. Que cómo lo hacemos. Que no quedan. Que sí quedan, pocas. Que ya no. Que viene Georgia desde Barcelona. Que al final habla. Que… que… que… mil veces que. Puede sonar a poco, pero te aseguro que para dos personas que no se dedican a esto, todo, cualquier detalle, cualquier mínimo cambio, era un mundo. No sabremos de esto, pero, te aseguro, cuando se hace por lo que se hace nos convertimos en los mejores y más expertos en la materia… sin tener ni idea.

Miércoles. 13 de diciembre. Cuatro de la tarde. Llegan los técnicos de sonido. Esto va en serio. Cables por aquí. Cables por allí. Cables y más cables. Piano. Caja. Bajo. Guitarra. Todo listo. El taburete que me prestaron en el bar. Todo marcha. Todo fluye. Faltan un par de horas.

Llamadas. Más llamadas. “No tengo entradas.” “Lo siento, no quedan.” “Necesito cuatro.” “Quiero seis.” “Lo siento, no quedan.”

Llega. Él. Ya está aquí. Nos vemos. Nos abrazamos. No nos hemos visto desde entonces. Desde el robo de esos dos minutos. De esos 20 minutos. Prueba de sonido. Todo bien. Llega Marta. Marta Barroso. La insuperable Marta. Esa misma mañana me “amenaza” con que tiene un trancazo. Me da igual. Le va a salir la voz. Y le sale. Aparece Andrés. Se conocen. Se cuentan cosas. Se miran. Se despiden. “Hasta ahora.”

Ahora ha llegado. Marta, ante un teatro repleto, anuncia la tercera edición del Festival Fundación Andrés Marcio. Se dirige al público. Se dirige a Jesús, a Beatriz, padres de Andrés. Presenta a Georgia, la doctora encargada de uno de los proyectos de investigación más importantes de la fundación. Georgia explica con un especialísimo cariño la enfermedad que padecen estos niños. Se emociona visiblemente. Vuelve Marta. Se dirige a todos, expectantes todos, y presenta al esperado… Melendi.

Aparece en escena acompañado de cuatro enormes músicos. Se desata la locura. Música. Gritos. Aplausos. Magia. Si la magia existe, que creía que no, magia es lo que hemos vivido las 320 personas que estuvimos en el III Festival de la Fundación Andrés Marcio. Melendi cantó, vaya si cantó, pero, sobre todo, enganchó. Cantó y habló. Le habló a Andrés. Nos emocionó. Habló al público. Se los ganó. Se desnudó, nos dio más de lo que uno esperaba. Nos contó sus inicios, su adolescencia, su juventud, sus meteduras de pata, sus promesas… su transformación. Vimos al Melendi que nadie se imaginaba. Grupo de adolescentes como locas cantando todas y cada una de sus canciones. Lágrimas cayendo sobre las mejillas de madres y abuelas. Padres emocionados. Jesús, el padre de Andrés, uno de ellos.

Magia. Si la magia existe, aquello fue magia. Y sí, los ángeles sí existen. Y esta ocasión se juntaron dos. Melendi y Andrés. Andrés y Melendi.

Gracias a todos por acompañarnos. Gracias a todos por apoyarnos.

Y, por último, perdón. Perdón a todos los que quisisteis y no pudisteis venir. El aforo era pequeño. Muy pequeño. Demasiado para la magnitud del momento. Prometo repetir.

“Melendi, ¿te puedo robar un par de minutos más?”

Información sobre la FUNDACIÓN ANDRÉS MARCIO

 

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