Navas

Me acuerdo cuando te veía escribir en tu vieja máquina de escribir tras aquella cortina de humo de pipa y con cierto disco de Abba de fondo. En alguna ocasión me dejaste leer algo. Otras veces no. Dejaste a Abba, dejaste la pipa y dejaste la máquina de escribir. Pasaste a un PC, rancheras y BN, que sería bajo en nicotina pero altísimo en olor. En tus cajones había disquetes con guiones para televisión, capítulos de novelas y mucha idea suelta. Recuerdo el día que descubrimos juntos cómo hacer un guión a dos columnas en aquél Amstrad portátil con pantalla verde. Hoy hubiera sido mucho más sencillo.

No puedo olvidar el amor que nos inculcaste a la pelota. Debiste de pensar que aún éramos flojos para jugar a mano por lo que nos regalaste una buena pala corta a cada uno. Recuerdo estar sentado en la primera fila del graderío del Frontón Madrid viendo como ponías el esparadrapo en mi pala mientras con el otro ojo me embobaba mirando a un viejo pelotari quitarse las almohadillas tras un duro partido.

Recuerdo aparcar en la zona de prensa del Vicente Calderón e ir de tu mano andando hasta el estadio para subir a nuestros asientos y ver a mi Atleti, tú siempre fuiste del Madrid… o no, domingo tras domingo. Me dejabas escaparme y, hasta a veces, quedarme a ver el partido desde la cabina de José María García. Otras veces, yo creo que años más tarde, íbamos a la COPE a ver los partidos en la misma radio. Para mí, lo de menos eran los partidos, disfrutaba viendo cómo se cocinaba un programa de radio en vivo y en directo. Siempre me pregunté por qué le ponían una silla a García si nunca la usaba, trabajaba de pie.

Viajamos al pasado en Laguardia. Nos escapamos a investigar la historia de nuestro apellido. ¡Llegamos hasta el siglo XV o XVI! Tuvimos la suerte en dar con la persona adecuada en el momento adecuado. Aquél párroco nos abrió las puertas del archivo y volamos hasta la época del mismísimo Colón. Años después te regalaron el letrero de hierro fundido de la Calle Mayor que conservo con mucho orgullo.

En todos los viajes que hacíamos por España acabábamos viendo a algún amigo o familiar. Supiste mantener contacto con tus amigos de siempre. Me regalaste ese don. Ahora lo «sufren» mis hijos, tus nietos, pero, sé con certeza que lo sabrán agradecer. El presente es el futuro de nuestro pasado. Somos como somos por mucho más que lo genes. Hoy he hablado con muchos de tus amigos del periódico, del colegio, de tu infancia… de siempre. En qué cabeza cabe que hasta que has podido has ido todos los primeros martes de cada mes a comer con tus compañeros del Pilar desde hace ¡más de 60 años! Y no fallaste nunca. Las últimas veces en La Cocina de María Luisa, en Jorge Juan. La oficina de la Fundación estaba al lado y en más de una ocasión te veía llegar una hora antes de vuestra comida para charlar con María Luisa y Ángel de Navaleno y vuestras cosas. Lo van a echar de menos. Ya me encargaré yo de ir a verles. No lo dudes.

Papá, nos enseñaste que la vida no es una broma aunque con ese sentido del humor que tanto te caracterizaba se veía de otra forma. Esta foto dice mucho de esto. Creo que fue en la boda de Carlos. Hasta poco antes de ponerte muy malo te reías de la vida, te reías de la muerte. Recuerdo preguntarte acerca de estos temas y siempre me contestabas con mucha ironía. Tenías que haber sido inglés. Me ponía negro. Iba a tu casa en modo serio para preguntarte dudas sobre tu futuro y salía con una mezcla de enfado y risas por tu culpa.

Desde que tengo uso de razón vivo con ese «eres igual que tu padre» en la mochila. No hay nadie, nadie, que haya conocido de tu entorno que no me haya dicho esa frase. Incluso por la voz me lo dijo una vez un empleado de Televisión Española. Con cierto nerviosismo, tras oírme hablar, me preguntó si era hijo de Navas, el corresponsal, y cuando le dije que sí se echó a llorar de la emoción. Habían pasado más de 40 años y te escuchó por mi voz. Yo todavía sigo asombrado. Será, entonces, que sí que me parezco a ti. Hasta tal punto que, para que no haya duda, llevo unos años llevando boina. Siempre quise ir a una de tus cenas mensuales del Club de Amigos de la Boina donde os juntabais veinte o treinta rara avis vistiendo vuestras negras prendas de lana. Debíais de pasarlo en grande. Hoy la llevo con orgullo.

Papá, nunca nos gustó esa cursilería de «allá donde te encuentres» porque los dos sabemos que cuando cascas te vas uno o dos metros bajo el suelo. En tu caso a Navaleno, a Soria. Navaleno, donde ya casi no queda nadie más que los Maños y tu prima, aunque andar por allí es andar contigo. Imaginarme con el Land Rover aparcado frente al Maño, Ingo sentado en la puerta y escuchar a Pepe cantar jotas mientras mamá y María Luisa se ponían al día de sus cosas. Sigo yendo y bien lo sabes, aunque ya todo es recuerdo.

Te debo un libro, lo sé. Es lo que más me pesa. Llegará. Lo prometo. Ya no podré mandarte mis entradas del blog que siempre te gustaron. Gracias por inculcarme la pasión por escribir… sigo pensando que fuiste muy generoso con tus críticas.

Aquí lo dejo. Me dejo muchas cosas. Gracias por inculcarme el amor por la familia, por nuestro pasado, por los amigos y, sobre todo, por la Virgen del Pilar. Descansa en Paz.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *