Los marcianos no entendemos de atascos.


He tenido la gran suerte de trabajar en lo que he querido toda mi vida. Puedo decir, sin miedo a equivocarme, que con mejor o peor resultado, he hecho, casi siempre, lo que me ha dado la gana. Dos mujeres dirán que el «casi» sobra: mi madre y mi mujer. Mi madre me lo dijo alguna vez, «Gonzalo, siempre te sales con la tuya y haces lo que quieres». Todavía oigo su voz cuando llegaba a casa alas mil de la noche. Mi mujer no sé lo que me dice porque «como nunca me escuchas…» Razones tiene de sobra para pensar así, lo reconozco. Es un mal generalizado, es lo que me consuela. Volviendo al inicio… siempre he trabajado en lo que he querido. Es una suerte, no lo dudo. Y esa suerte es mayor, si cabe, por el tipo de trabajo que era cada uno de ellos. 

Hace un tiempo calculé el número de maletas que habré hecho en mi vida aeronáutica. No recuerdo la cifra pero daba vértigo. Miles de maletas. Siempre iguales. Siempre la misma ropa. Siempre la misma pereza para hacerlas. Hace unos meses cambié los aviones por el coche. Sí, sí… no es de lunes a viernes pero los días que toca, tiene que ser a la misma hora que todo ser humano en edad laboral. Estamos todos juntos en la misma carretera. ¡Todos! No falta nadie. 

No conocía el mundo atasco. Nunca lo he sufrido. Tal vez en mi época universitaria aunque al ir de paquete, cerraba un ojo, cerraba el otro y desaparecía a la altura de Las Rozas para amanecer en Princesa. La vida del autoestopista. Una profesión de alto riesgo que bien llevada te sacaba de muchos apuros. Conocí a gente de todo tipo. Estudiantes, empleados de banca, deportistas, cantantes, empresarios y algún que otro forrado que sacaba a pasear el coche a primera hora de la mañana para que socializase con otros vehículos de distintas especies. Me estoy desviando del tema como aquél que se desvió en una recta y casi nos mata a los dos. Puso el coche a dos ruedas. Dios quiso ponerlo sobre cuatro de nuevo. Era pronto por la mañana y había dormido mal, dijo. 

Atascos. Según parece, 2021 tuvo 253 días hábiles. Pongamos como cifra 250 días laborables por año. Si uno tiene suerte y empieza a trabajar con 24 años y aguanta hasta la edad de jubilación de 65, habrá trabajado 41 años. Si cogemos esos 250 días y le quitamos un mes de vacaciones, serían 220 días por año. 220 por 41 años son 9020 días. Si tardas una hora en ir a trabajar y otra de vuelta, esto supone 18040 horas metido en un coche durante 41 años. Si lo convertimos en días, 18040 horas son 752 días, lo que se convierte en poco más de dos años. ¡Dos años metido en un coche! Dos años escuchando Cadena 100, Rock FM, la SER o la COPE, esRadio o Radio Marca. ¡Dos años! Enteros, con sus días y sus noches. Dos años por completo. 

Gracias. Prefiero doscientos años de maletas que dos metido en un atasco. Con el listo que va por un carril en movimiento para, en el último momento, colarse en su carril que lleva parado 700 metros. Prefiero doscientos años de maletas que dos metido en un atasco aguantando el vaivén de izquierda a derecha y de derecha a izquierda de la que se cree que va avanzar algo por cambiar de carril. Prefiero doscientos años de maletas que dos metido en un par de metros cúbicos viendo como lo peor de cada persona sale a relucir cuando se sienta tras el volante. Prefiero doscientos años de maletas, sin duda. 

Como me he librado de tantos años y los últimos 20 años os he visto a los «normales» sufrirlos a diario desde el carril opuesto de la carretera, y como no he debido de compadecerme lo suficiente, se me ha castigado con sufrirlo durante mis próximos años laborables pero en una dosis a mi medida. El regalo ha venido en un frasco pequeño, suficiente para sentirlo, no tanto para odiarlo. Semáforos, rotondas, stops, radares… empiezo a conoceros como nunca antes lo hice. Me seguís despistando y sorprendiendo de vez en cuando. No lo quiero decir muy alto, no vaya a oírme quien no deba, pero claro, a esto solo se acostumbra uno si lo hace todos los días. No hay necesidad, viviré con ese sorprendente despiste. 

Aparcamiento. La propia palabra lo dice aparca y miento. Aparcar en Madrid es una mentira tan grande como la bandera de Colón. Hay 100 veces más coches que plazas. De verdad, los que lleváis toda la vida sufriendo esto, perdonadme. Os habla un novato en toda regla. 

Necesito «tips». Un libro de esos amarillos: «Atascos para dummies». Me lo puedo leer a la ida a la oficina y puedo hacer un comentario de texto a la vuelta. He visto a gente afeitarse, maquillarse, sacarse mocos, hacerse el nudo de la corbata, comer pipas (¡a las siete de la mañana!), mojar un cruasán en un café… ¡leer un periódico! Debo de parecer marciano. Me gusta serlo. Corrijo: me gustaba. Los marcianos no entendemos de atascos. 

¡Nos vemos en la Carretera de La Coruña!

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