20 días de vida.

Me dieron 20 días de vida. Así. Sin más. Sin menos. 20 días. No lo pensé dos veces. Salí volando hacia el aeropuerto. Sorteé colas de gente. Todos esperaban ansiosos sus vuelos. Facturaban sus maletas. Preguntaban, desesperados, por la puerta H23. ¡Miren los carteles! Hacían sus últimas compras en el Duty Free. Esperaban en la sala de embarque. Se agolpaban media hora antes de abrir puertas en una interminable fila para entrar en el avión. Ese avión que les llevaría a su destino vacacional…

Yo no facturé. No pregunté. No compré. Directamente fui a mi avión. Allí estaban todos, ya sentados, auriculares puestos, toqueteando la pantalla cual gato con su ovillo de lana. Despegamos. Comí. Bebí. Paseé. Descansé. Llegamos al destino. “Bienvenidos al Aeropuerto JFK de Nueva York”, dijo una dulce voz por megafonía. Salí del avión. Di una vuelta y me dirigí a la puerta 5 de la Terminal. Allí me esperaba mi segundo avión. Más de lo mismo. Esta vez se oía más inglés que español. Varias horas más tarde aparecimos en Brasil. Río de Janeiro para más señas. Quise quedarme. Esas playas de Copacabana e Ipanema me llamaban a gritos. Pensé: “tal vez en mi próxima vida”. Dejé salir a todos los pasajeros delante de mí.

Otro avión. Otro destino. Otro más. Y otro. Así durante quince intensos días. Quince días de avión. Quince días comiendo de todo. Conociendo gente de todo tipo. A unos les caía bien. A otros no. Unos me miraban con cara de asombro. Otros de sorpresa. Hasta que uno. Un australiano de unos diez años… viajaba con sus padres y su hermana. Todos dormían mientras él veía videos en su iPad. El muy cretino lo apagó. Se quitó los cascos. Me miró fijamente. Miró a su alrededor buscando alguna mirada cómplice. Se remangó la camisa. Cogió el iPad con las dos manos. Lo levantó sobre su cabeza y… ¡¡¡PLAS!!! Me mató.

Me aseguraron 20 días de vida. Duré 15. Aquél mamonazo que no superaba el metro veinte de estatura, mofletes rojos y sonrisa diabólica acabó con la vida de esta pobre mosca que os escribe.

Cinco días. Coño. Cinco días. Tan solo me faltaron cinco días. Y mucho por ver.

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