El futbolín de Antonio

1985. Llegó a la misma hora de siempre. Cinco y cuarto de la tarde. Llovía, por lo que entró corriendo, algo acelerado. La cabeza debajo de su capucha y mirando al suelo, que parece moja menos. Se sacudió las gotas de agua y se quitó el chubasquero Karhu azul. Lo colgó sobre un taburete de madera y saludó a sus amigos. En la radio sonaban Tears For Fears, Duran Duran, A-ha, Phil Collins… Se acercó a la barra. Allí estaba Antonio, como todas las tardes, peleándose con los crucigramas del Ya. Le pidió un TaB. Era de los pocos que bebían eso. El resto eran más de Fanta de naranja o Coca-Cola. Le sirvió su TaB y le dio la chapa. La guardó en un bolsillo para jugar a la Vuelta Ciclista en el patio del colegio. Le dio 200 pesetas. 40 para el TaB y el resto para el futbolín. 

Allí, agarrados a fuego a los puños del futbolín le esperaban sus tres amigos del alma. Sus amigos de pillerías. Dejó el botellín sobre el fondo de su portero, el del Madrid, junto a la Coca-Cola de su contrincante. Sacó cinco duros del bolsillo. Los metió en la ranura y tiró fuerte del tirador. Salieron seis bolas nada más. Le dio un tirón más fuerte y terminó de salir la última. Ya estaban las siete. Todos listos. Dejaron de hablar. Pasaron a pensar. Solo pensar. Atención centrada por completo sobre los 22 jugadores del campo. Gol del Atleti. 1-0. Sacan los blancos. Tiro fuerte y se oye el primer “¡Eh! Ya sabes que ruleta no vale.”  No hay más palabras. Gol del Madrid. 1-1. Sacan los de rojo. A uno de ellos le falta la cabeza. Algún animal lo rompería tras un mal perder. 2-1. Gol del Atleti. 2-2. 2-3. Si meten los blancos, ganan el partido pase lo que pase después. ¡Ojo! Gol del Atleti de chiripa. 3-3. Un último y rápido sorbo a los botellines antes de seguir. Dan el 100%. El 110, tal vez. Le dan con todas sus fuerzas al balón. En una ocasión la bola sale despedida y rueda hasta la barra. No se escucha la música. No la escuchan. Canta Miguel Bosé. Seré tu amante bandido. Seré tu contrincante bandido. El que la recoge se la restriega por el pantalón para quitarle los restos de serrín que se la han pegado. Sopla la bola y se la da a su compañero de equipo. Éste la deja deslizar por la esquina izquierda de su campo. La toca un defensa. Se la pasa a un medio. Éste intenta marcar pero la para un defensa. Hay ciertos miedos. Ciertos rencores del pasado. Empiezan a scar los dientes. La Fanta cae al suelo. Nadie se inmuta. Antonio, desde detrás de la caja registradora, les da un grito. Ellos parecen no oírle. Gol. ¡Gooool! Unos ganaron. Otros perdieron. Revancha. Claro, revancha, hay monedas para seis partidas más. 

Aparece la madre de uno de ellos. Que vaya a casa corriendo que su padre quiere hablar con él. Por lo visto le ha pillado en la mochila las notas. No precisamente buenas. Cabeza agachada, esta vez no por la lluvia, sino por la tormenta que se avecina. 

Suena Amanecido, de Rosendo. 

No hay más futbolín. No hay más goles. No hay más revanchas. Sobran 75 pesetas. “Ponme dos refrescos y te debo cinco pesetas.” 

Gracias, Antonio. Gracias a todos los “Antonios” que aguantabais a chicos como estos todas las tardes en los recreativos. Nos aguantabais horas y horas. Confidencias. Secretos. Hoy casi no quedan ni “Antonios” ni futbolines. Una pena. 


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