El pediatra de los ángeles

Sería 2008 o 2009. Llovía a cántaros. Bien podría ser noviembre, aunque tratándose de Bilbao, marzo o agosto también sería posible. Le llamé un par de días antes desde Madrid para avisarle de mi llegada. Me citó en su casa de la Gran Vía de Bilbao. Allí me esperaba junto a Eva, su mujer. Tomamos un café y hablamos de sus innumerables viajes en Iberia. Presumía de ser de los mejores clientes de la compañía, y no era para menos: vivía subido en un avión. Trabajo, conferencias y voluntariado. No sé cual de ellas ocuparía el primer lugar. Yo apostaría que el voluntariado. Él lo negaría y diría que las conferencias. Su trabajo su vocación. Su amor al prójimo, su pasión.

En alguna ocasión me habló de sus viajes a África para vacunar a miles de personas en breves espacios de tiempo. No recuerdo las cifras con exactitud pero sí que eran cifras imposibles. Tiempos y cantidades record. Tema, por otro lado, muy de actualidad. Cuántas vacunas y en cuánto tiempo no se están administrando en nuestro país. Ese es otro tema.

Alfonso, como decía, me recibió en su casa de Bilbao y tras un rápido café se disculpó y tuvo que acortar mi visita. «Se me había olvidado que habíamos quedado en un rato», me dijo. Me despedí y nos emplazamos a mi próximo viaje a Bilbao para retomar este corto café. Salí con mi paraguas y aproveché que eran todavía las siete y pico de la tarde para dar un paseo por las mojadas calles de esta gran ciudad. Embobado con el trajín de esas horas, miré el reloj y eran las ocho. Justo en ese momento vi un local abierto que provocó mi curiosidad por su situación. Estaba en los bajos de un edificio con entrada a ambos lados de la acera. Asomé la cabeza y justo daba comienzo una misa. Era una Iglesia. Aproveché y me quedé. Me senté en los últimos bancos sin prestar mucha atención a nada salvo a no interrumpir. Llegado el momento de la paz, miré a mi derecha: no había nadie, miré a la izquierda y al otro lado del pasillo había un matrimonio: Eva y Alfonso. Sonrieron. Sonreí. Al terminar nos juntamos y Alfonso, entre risas y cierta vergüenza, me contó que con quién me dijo haber quedado no era otro que Jesús. Eva estaba pasando por un delicado momento de salud y prometieron acudir a misa a diario. Pensaron que a un «joven como tú» no le iban a contar que iban a misa un jueves. Que si iba a pensar que estaban locos esos dos «carrozas». Nunca se imaginaron encontrarme ahí. Reímos y salimos a cenar.

Una de tantas anécdotas. Pediatra, como mi abuelo. Nos ha visto a todos en casa. A nosotros y a varios de nuestros hijos en alguna ocasión. Un tipo formidable. De esos que merece la pena tener cerca. Hay personas que te hacen sentir bien. Alfonso, a pesar de la diferencia generacional, me hacía sentir así. Gran amigo de mi padre. Recuerdo llamadas que le hice para consultarle sobre la fundación. Era un verdadero placer ser aconsejado y guiado por un profesional de la talla del Dr. Delgado. Muy afortunado.

Hoy me ha llamado mi padre con la voz rota.

Gracias por tanto, querido Alfonso. Descansa en paz. Los ángeles han ganado un gran pediatra.

Noticia: https://www.redaccionmedica.com/autonomias/andalucia/fallece-76-anos-edad-prestigioso-pediatra-alfonso-delgado-5129

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