Navas

Me acuerdo cuando te veía escribir en tu vieja máquina de escribir tras aquella cortina de humo de pipa y con cierto disco de Abba de fondo. En alguna ocasión me dejaste leer algo. Otras veces no. Dejaste a Abba, dejaste la pipa y dejaste la máquina de escribir. Pasaste a un PC, rancheras y BN, que sería bajo en nicotina pero altísimo en olor. En tus cajones había disquetes con guiones para televisión, capítulos de novelas y mucha idea suelta. Recuerdo el día que descubrimos juntos cómo hacer un guión a dos columnas en aquél Amstrad portátil con pantalla verde. Hoy hubiera sido mucho más sencillo.

No puedo olvidar el amor que nos inculcaste a la pelota. Debiste de pensar que aún éramos flojos para jugar a mano por lo que nos regalaste una buena pala corta a cada uno. Recuerdo estar sentado en la primera fila del graderío del Frontón Madrid viendo como ponías el esparadrapo en mi pala mientras con el otro ojo me embobaba mirando a un viejo pelotari quitarse las almohadillas tras un duro partido.

Recuerdo aparcar en la zona de prensa del Vicente Calderón e ir de tu mano andando hasta el estadio para subir a nuestros asientos y ver a mi Atleti, tú siempre fuiste del Madrid… o no, domingo tras domingo. Me dejabas escaparme y, hasta a veces, quedarme a ver el partido desde la cabina de José María García. Otras veces, yo creo que años más tarde, íbamos a la COPE a ver los partidos en la misma radio. Para mí, lo de menos eran los partidos, disfrutaba viendo cómo se cocinaba un programa de radio en vivo y en directo. Siempre me pregunté por qué le ponían una silla a García si nunca la usaba, trabajaba de pie.

Viajamos al pasado en Laguardia. Nos escapamos a investigar la historia de nuestro apellido. ¡Llegamos hasta el siglo XV o XVI! Tuvimos la suerte en dar con la persona adecuada en el momento adecuado. Aquél párroco nos abrió las puertas del archivo y volamos hasta la época del mismísimo Colón. Años después te regalaron el letrero de hierro fundido de la Calle Mayor que conservo con mucho orgullo.

En todos los viajes que hacíamos por España acabábamos viendo a algún amigo o familiar. Supiste mantener contacto con tus amigos de siempre. Me regalaste ese don. Ahora lo «sufren» mis hijos, tus nietos, pero, sé con certeza que lo sabrán agradecer. El presente es el futuro de nuestro pasado. Somos como somos por mucho más que lo genes. Hoy he hablado con muchos de tus amigos del periódico, del colegio, de tu infancia… de siempre. En qué cabeza cabe que hasta que has podido has ido todos los primeros martes de cada mes a comer con tus compañeros del Pilar desde hace ¡más de 60 años! Y no fallaste nunca. Las últimas veces en La Cocina de María Luisa, en Jorge Juan. La oficina de la Fundación estaba al lado y en más de una ocasión te veía llegar una hora antes de vuestra comida para charlar con María Luisa y Ángel de Navaleno y vuestras cosas. Lo van a echar de menos. Ya me encargaré yo de ir a verles. No lo dudes.

Papá, nos enseñaste que la vida no es una broma aunque con ese sentido del humor que tanto te caracterizaba se veía de otra forma. Esta foto dice mucho de esto. Creo que fue en la boda de Carlos. Hasta poco antes de ponerte muy malo te reías de la vida, te reías de la muerte. Recuerdo preguntarte acerca de estos temas y siempre me contestabas con mucha ironía. Tenías que haber sido inglés. Me ponía negro. Iba a tu casa en modo serio para preguntarte dudas sobre tu futuro y salía con una mezcla de enfado y risas por tu culpa.

Desde que tengo uso de razón vivo con ese «eres igual que tu padre» en la mochila. No hay nadie, nadie, que haya conocido de tu entorno que no me haya dicho esa frase. Incluso por la voz me lo dijo una vez un empleado de Televisión Española. Con cierto nerviosismo, tras oírme hablar, me preguntó si era hijo de Navas, el corresponsal, y cuando le dije que sí se echó a llorar de la emoción. Habían pasado más de 40 años y te escuchó por mi voz. Yo todavía sigo asombrado. Será, entonces, que sí que me parezco a ti. Hasta tal punto que, para que no haya duda, llevo unos años llevando boina. Siempre quise ir a una de tus cenas mensuales del Club de Amigos de la Boina donde os juntabais veinte o treinta rara avis vistiendo vuestras negras prendas de lana. Debíais de pasarlo en grande. Hoy la llevo con orgullo.

Papá, nunca nos gustó esa cursilería de «allá donde te encuentres» porque los dos sabemos que cuando cascas te vas uno o dos metros bajo el suelo. En tu caso a Navaleno, a Soria. Navaleno, donde ya casi no queda nadie más que los Maños y tu prima, aunque andar por allí es andar contigo. Imaginarme con el Land Rover aparcado frente al Maño, Ingo sentado en la puerta y escuchar a Pepe cantar jotas mientras mamá y María Luisa se ponían al día de sus cosas. Sigo yendo y bien lo sabes, aunque ya todo es recuerdo.

Te debo un libro, lo sé. Es lo que más me pesa. Llegará. Lo prometo. Ya no podré mandarte mis entradas del blog que siempre te gustaron. Gracias por inculcarme la pasión por escribir… sigo pensando que fuiste muy generoso con tus críticas.

Aquí lo dejo. Me dejo muchas cosas. Gracias por inculcarme el amor por la familia, por nuestro pasado, por los amigos y, sobre todo, por la Virgen del Pilar. Descansa en Paz.

Cierto tipo de personas no merecen vivir.

El País abre sus páginas digitales con la noticia sobre la anulación de multas en el Estado de Alarma por parte del Constitucional. Alguna comunidad se salta el «semáforo» de Sanidad, una maravillosa guía para el veraneante español, la Eurocopa, varias noticias sobre ella, y, por fin, tras dos últimas noticias de relleno aparece la que, para mí, sería la portada del día: «Hallado en el mar el cadáver de Olivia, la mayor de las dos niñas secuestradas por su padre en Tenerife». 

El Mundo, din embargo, lo destaca como tercera noticia tras dos importantísimas notas sobre los posibles resultados en Andalucía con los datos de una interesantísima encuesta realizada recientemente: «Hallan el cadáver de Olivia. La Guardia Civil sólo trabajó con la hipótesis de que Gimeno acabara con la vida de sus hijas». 

La Razón lo sube aun segundo puesto siguiendo a una noticia sobre la rebelión existente en algunas Comunidades Autónomas que quieren igual trato que Cataluña. Dice: «Hallan el cuerpo de Olivia, la mayor de las niñas, dentro de uno de los petates que Tomás cargó a la barca». 

Finalmente, ABC, lo destaca como la noticia más importante del día, en un primer lugar, precediendo a noticias sobre política, deporte, sanidad… «Gimeno arrojó a sus hijas al mar en dos bolsas lastradas con el ancla de su lancha». 

Es ahí, desgraciadamente, en ese primer hueco del periódico donde creo que debe de estar esta miserable noticia. El mundo se debería de parar por unos instantes para que podamos darnos cuenta de lo mala que puede llegar a ser una persona. La vida política sigue, nada la parará. La Eurocopa, con España infectada o no, se jugará. Lleguemos a cuartos o no. Da igual. Las vacunas, ay, las vacunas… seguirá incrementándose el número de vacunados y bajará el de afectados. Es obvio, no pasa nada por enterarnos de eso un día después. La vida nunca parará. No. 

O sí. Sí se detendrá de golpe si llega un ser abominable y decide, que por odio y rencor a su exmujer, acabar con la vida de sus hijas. Hijas que ninguna culpa tienen de nada. Hijas que todo lo que han hecho en su corta vida ha sido sacarle una sonrisa a quien tuvieran delante. ¿Es que acaso una niña de esa edad puede tener maldad suficiente para ser asesinada? Ojalá aparezca su hermana, otra inocente criatura que apenas ha tenido tiempo de vivir. Ojalá aparezca, aunque me temo, que al igual que su hermana, poco se podrá hacer. 

Este tipo de noticias, este tipo de casos de la crónica negra de España, deberían abrir los espacios informativos. Deberían de poner cara a esta gentuza. Tendríamos que saber entre quien vivimos, entre qué tipo de escoria respiramos. Soy, incluso, partidario de que haya fotos de estos asesinos por las calles. Que se les ponga cara. Que se sepa quienes son. No merecen espacio entre nosotros. No merecen libertad. Y el que sepa quienes son, que lo denuncie sin ningún tipo de tapujos. ¿O es que un cerdo como Tomás merece el mismo respeto y los mismos derechos que tú? Ya está bien. La privación de libertad, la cárcel, se me queda corta. Que Dios me perdone… cierto tipo de personas no merecen vivir. 

¿Qué puede tener alguien en su cabeza para cometer semejante atrocidad? ¿Cuanto odio acumulado? ¿Cuanto odio? ¿Qué pudieron hacer esas niñas? ¿Qué hicieron más que vivir y querer ser felices? ¿Qué le hizo su mujer? Nada, por mucho que fuera, merecía este final. Insisto, no merece vivir. Ni un minuto más.

Olivia y Anna, descansad en paz. 

Beatriz, se hará justicia. 

Pablo Andújar o el poder de una familia

Fue en noviembre de 2018 cuando en un vuelo de vuelta a casa coincidí con Pablo Andújar que venía con el trofeo del Challenger de Buenos Aires bajo el brazo. Batió al argentino Pedro Cachín en dos sets (3-6 y 1-6) y en su propia casa. A principios de ese año, 2018, Pablo ocupaba el puesto 1690 en el ranking ATP. Tras esta victoria pasó a ocupar el puesto 83. Estuvo un par de años retirado. Operaciones. Recuperaciones. Operaciones de nuevo. Recuperaciones. Hasta llegar el Tata Open Maharashtra de Pune donde volvió pero no pudo superar al chileno Jarry. Fue en el Rio Open (ATP World Tour 500) donde logró su primera victoria del año ante Gerald Melzer. Después llegaron victorias en Alicante, Marrakech… así de bestial fue su regreso. 

Hace unos días jugó contra Federer en Suiza. Ganó con un 4-6, 6-4 y 4-6. Histórico. Ayer, en su presentación en el Torneo Roland Garros de este año remontó dos sets en contra y terminó ganando a un número 4 como Dominic Thiem. Tras cuatro horas y media de partido se marcó un 4-6, 5-7, 6-3, 6-4 y 6-4 que ocupó las portadas de todos los medios deportivos. Se arrodilló para celebrarlo en la arcilla y flaqueó de tal forma que cayó rendido en el suelo. Seguro que no fue por cansancio físico sino por la emoción acumulada. Emoción que reflejó en las pantallas de Eurosport con cuatro nombres y un «os quiero». Pablo, Alex, Carlos y Cristina sustituían a la típica firma que realizan los jugadores tras el partido. Pablo, Alex, Carlos y Cristina: motor, sin duda, que ayudaron a los brazos de Andújar frente a Thiem. Pablo, Alex, Carlos y Cristina: equipazo que junto a Pablo forman ese quinteto que se va llevando por delante a adversarios de la talla de Federer o, en este caso, Thiem. Pablo Andújar lo sabe bien, sin la ayuda de su familia, sin ese apoyo, posiblem… seguramente hoy estaría viendo esos torneos desde casa, sentado frente al televisor  y con una rabia contenida por no poder jugarlos. Gracias a su familia, a su mujer y a sus hijos, puede hacer que sus seguidores y amigos le veamos conseguir gestas como la de ayer. Dando un golpe de rabia sobre la mesa y gritando «¡Enorme, Pablo! ¡Enorme!» Es Pablo Andújar o el poder de una familia quien gana esos partidos. Quien sigue avanzando, paso a paso, superando aquellos años de angustia debidos a una terrible lesión. Se lesionó uno, se curó la familia entera. Nos curamos todos. Recomiendo leer la carta que Cristina, su mujer, escribió con motivo de su regreso.

Hay que darle gracias por sus logros, sus triunfos, los buenísimos ratos que nos hace pasar, claro que sí… gracias por todo ello, Pablo. Pero, sobre todo, Pablo, gracias, mil gracias por ser un ejemplo. Eso no tiene precio. Poner a tu familia por delante de tus propios méritos es todo un modelo a copiar. ¿Cuántos empresarios, deportistas, artistas, trabajadores… están donde están y creen que es por su cara bonita o por su esfuerzo personal? Sí, seguro que eso también les ha ayudado a escalar varias cimas pero son esas familias que quedan en la sombra, en casa, las que dan ese último empujón, ese último esfuerzo, cuando hace falta. No todos lo reconocen pues, tal vez, no todos sean conscientes de ello. Pablo, tú lo eres y encima lo cuentas. Es verdad que también tiene que haber periodistas como Antonio Arenas que sonsaquen hasta la última gota de los sentimientos de sus entrevistados. Pero ahí tienes que estar tú, y muy pocos como tú, que nos contagian con esa emocionadísima felicidad tras otra de tus gestas, tras otra de tus «Andujaradas». 

Gracias, Pablo. Que pase el siguiente. 

Paco Rego

Querido Paco:

Como en otras ocasiones, ayer te fui a llamar por teléfono para contarte otra de mis locuras. Por alguna razón absurda no llegué a hacerlo. Algo lo impidió. Sería cualquier bobada del día a día. Fíjate si fue absurdo que ni lo recuerdo. 

Fue hace solo tres años cuando tuve la suerte de conocerte. Leyendo las páginas de Crónica de El Mundo vi la foto de Goyo. Tú escribías sobre cómo su vida cambió aquel fatídico 11M. Yo, de otra forma, lógicamente, también escribí sobre Goyo unos años antes, en octubre de 2015. Contaba que quería trabajar de lo que fuese. Que estaba en un sitio «cojonudo» ya que el semáforo duraba mucho y por eso se peleaban con él algunos rumanos para quitarle el sitio. Que tenía una mujer estupenda como pareja. Y que si salía algo, bien, y si no salía nada seguiría con sus clientes de los pañuelos. 

Te llamé, nos quisimos conocer y nos conocimos. Me invitaste al número 25 de la Avenida de San Luis. Recorrí de tu mano la redacción de uno de los periódicos más importantes de España y de Europa también. Nacional, Internacional, Deportes, Sociedad… Digital, Marca, Suplementos… hasta llegar a una mesa llena de papeles y recortes de prensa. Me enseñaste con orgullo algunas de tus joyas del pasado. Me hablaste de tus portadas. Se te iluminaba la cara a pesar de tu experiencia. Tomamos un café y me preguntaste por la fundación. Te hablé de ella. Quedamos en hacer algo para sacarlo en papel. No sé si al final llegamos a llevarlo a cabo. Es igual. 

El año pasado, esta Navidad pasada, te volví a contar otra de esas ocurrencias mías. Conocí a Marta de Nadie Sin Navidad. Te conté su historia. Como ya estábamos acabando las fiestas nos emplazamos a la Navidad del siguiente año. Te encantó la idea. Recopilar sacos de dormir para la gente que vivía en la calle. Brutal. Con el empujón de tu artículo lloverían sacos por todas partes.  

Como te decía al principio de esta carta, Paco, ayer te fui a llamar. No lo hice. Ayer te quería contar que hay otro loco con el que comparto sangre y nombre al que se le ha ocurrido Un Mismo Equipo. Asociación con la que Gonzalo Perales quiere dar trabajo directa o indirectamente a esos mismos por los que te pedía el artículo de los sacos. Sé que te hubiese enamorado la historia. Recuerdo lo bonito que escribiste sobre Goyo, nuestro Goyo, y sé que habrías puesto el mismo empeño y corazón en este artículo. Como me dijiste en tu oficina, hay injusticias que no se cuentan y necesitan ser contadas. Esta es una de ellas, sin duda alguna. 

Hoy, hablando con Gonzalo sobre mi no llamada de ayer, le decía que te iba a llamar hoy sin falta. Necesitaba contarte esta historia. Historia que está funcionando maravillosamente bien incluso antes de gestarse. Ya nos siguen 3000 personas, 3000 ángeles que van a conseguir colocar a mucha gente. Y lo que es mejor, Paco, ¡ya hay tres personas contratadas! 

Todo esto, querido Paco, es lo que te quería contar y no va a poder ser. Me acabo de enterar de tu muerte. Paco, no dejes de ayudar a tanta gente como hiciste desde tu página del periódico aunque sea desde otro sitio. Hazlo. Eres de esas personas imprescindibles. Tuve la suerte de conocerte, poco, pero suficiente para saberte cerca y dispuesto a ayudar siempre en lo que pudieras. 

Gracias, siempre gracias, Paco. Descansa en Paz.

 

Dé gracias que otros no pudieron

Hoy vuelven los sobres con amenazas. Hoy vuelven a aflorar tristes sentimientos que unos desean olvidar y no pueden y otros olvidan aunque les dé exactamente igual. Hoy surge el debate de nuevo: verdad o mentira. Unos, los que lo reciben, aseguran que son amenazas de un sector de la extrema derecha. Otros, los de enfrente, dicen que es un autoenvío. Yo  no me atrevo a opinar sobre si es verdad o es mentira. No soy capaz de saber el recorrido que esos sobres han hecho hasta llegar a un tuit. 

Sí que soy capaz de otra cosa: recordar. Recuerdo con horror cuando las balas no se mandaban  por correo. Recuerdo cuando esas balas se enviaban con un gatillazo. Recuerdo cómo las dirigían hacia la nuca de su presa. Recuerdo ver cuerpos ensangrentados sobre el frío asfalto. Recuerdo levantarme muchas, muchísimas mañanas con las portadas de los periódicos hablando de lo mismo. Un muerto más. Dos. Tres. Así hasta cerca de un millar. Recuerdo con estupor ver las noticias con los ojos entreabiertos evitando ver el drama, el asqueroso drama. Recuerdo a ciertos políticos ya desaparecidos justificar esas balas. Recuerdo ver, y hasta sufrir, manifestaciones a favor de esos «remitentes». Recuerdo comer en el mismo restaurante que dos de esos asesinos. Recuerdo escuchar a familiares relatar cómo sobrevivieron a un coche bomba. Recuerdo a mi padre contar cómo vivió dos atentados en primera línea. Recuerdo ver llorar y sentir las lágrimas por amigos de amigos asesinados con esas balas que sí llegaron a su destino. Y, también, también recuerdo a uno de los supuestos destinatarios de hoy alabar las proezas de aquellos que mandaron miles de balas que acabaron con tantas vidas. 

Sr. Iglesias, dé gracias y deje de hacerse la víctima. Dé gracias por poder contarlo. Dé gracias que otros muchos miles no pudieron. No pudieron por culpa de aquellos con los que usted se fotografió. A los que usted tanto defendió. Dé gracias.

 


El pediatra de los ángeles

Sería 2008 o 2009. Llovía a cántaros. Bien podría ser noviembre, aunque tratándose de Bilbao, marzo o agosto también sería posible. Le llamé un par de días antes desde Madrid para avisarle de mi llegada. Me citó en su casa de la Gran Vía de Bilbao. Allí me esperaba junto a Eva, su mujer. Tomamos un café y hablamos de sus innumerables viajes en Iberia. Presumía de ser de los mejores clientes de la compañía, y no era para menos: vivía subido en un avión. Trabajo, conferencias y voluntariado. No sé cual de ellas ocuparía el primer lugar. Yo apostaría que el voluntariado. Él lo negaría y diría que las conferencias. Su trabajo su vocación. Su amor al prójimo, su pasión.

En alguna ocasión me habló de sus viajes a África para vacunar a miles de personas en breves espacios de tiempo. No recuerdo las cifras con exactitud pero sí que eran cifras imposibles. Tiempos y cantidades record. Tema, por otro lado, muy de actualidad. Cuántas vacunas y en cuánto tiempo no se están administrando en nuestro país. Ese es otro tema.

Alfonso, como decía, me recibió en su casa de Bilbao y tras un rápido café se disculpó y tuvo que acortar mi visita. «Se me había olvidado que habíamos quedado en un rato», me dijo. Me despedí y nos emplazamos a mi próximo viaje a Bilbao para retomar este corto café. Salí con mi paraguas y aproveché que eran todavía las siete y pico de la tarde para dar un paseo por las mojadas calles de esta gran ciudad. Embobado con el trajín de esas horas, miré el reloj y eran las ocho. Justo en ese momento vi un local abierto que provocó mi curiosidad por su situación. Estaba en los bajos de un edificio con entrada a ambos lados de la acera. Asomé la cabeza y justo daba comienzo una misa. Era una Iglesia. Aproveché y me quedé. Me senté en los últimos bancos sin prestar mucha atención a nada salvo a no interrumpir. Llegado el momento de la paz, miré a mi derecha: no había nadie, miré a la izquierda y al otro lado del pasillo había un matrimonio: Eva y Alfonso. Sonrieron. Sonreí. Al terminar nos juntamos y Alfonso, entre risas y cierta vergüenza, me contó que con quién me dijo haber quedado no era otro que Jesús. Eva estaba pasando por un delicado momento de salud y prometieron acudir a misa a diario. Pensaron que a un «joven como tú» no le iban a contar que iban a misa un jueves. Que si iba a pensar que estaban locos esos dos «carrozas». Nunca se imaginaron encontrarme ahí. Reímos y salimos a cenar.

Una de tantas anécdotas. Pediatra, como mi abuelo. Nos ha visto a todos en casa. A nosotros y a varios de nuestros hijos en alguna ocasión. Un tipo formidable. De esos que merece la pena tener cerca. Hay personas que te hacen sentir bien. Alfonso, a pesar de la diferencia generacional, me hacía sentir así. Gran amigo de mi padre. Recuerdo llamadas que le hice para consultarle sobre la fundación. Era un verdadero placer ser aconsejado y guiado por un profesional de la talla del Dr. Delgado. Muy afortunado.

Hoy me ha llamado mi padre con la voz rota.

Gracias por tanto, querido Alfonso. Descansa en paz. Los ángeles han ganado un gran pediatra.

Noticia: https://www.redaccionmedica.com/autonomias/andalucia/fallece-76-anos-edad-prestigioso-pediatra-alfonso-delgado-5129

Nadie sin Navidad

Fue en 2016 cuando, por una inocente conversación, nació una gran y prometedora idea. Marta se enteró por un amigo de que alguien le había dado una cantidad de dinero a una señora que vivía en la calle con la idea de que se comprase algo de comida. Cuando esa persona se enteró de que su limosna se utilizó para comprar un pinta labios, éste se sintió engañado y francamente mal. Aquél amigo no sabía que el hecho de contarle eso a Marta daría inicio a una preciosa historia.

Marta defendió a capa y espada a aquella coqueta mujer. Pensó que tal vez necesitase sentirse guapa antes que comer un plato de comida. Por lo que Marta empezó a darle vueltas y acabó creando Nadie Sin Navidad. Recorrió Gran Vía de arriba a abajo. La acera de los pares y la de los impares. Y vuelta atrás. Hasta que consiguió que todos los «pobres», como ella les llama de forma genérica, le dijeron qué era lo que querían por Navidad. Un chándal, un libro, un abrigo, un saco de dormir, un pijama, un bocadillo, un… hubo uno que no quería nada, no tenía necesidad de nada… un cuaderno, un gorro, un teléfono… hasta que una tal María le pidió un billete de autobús. María, rumana, quería volver a su país para dar a luz al hijo que esperaba. María fue engañada como muchas otras personas de su país con promesas que nunca se cumplieron, acabando en la calle siendo dirigida por una «organización». Marta reunió sus ahorros y algo que consiguió de sus familiares y amigos hasta conseguir la cantidad para comprar el billete de autobús que tanto deseaba María. Nunca más se supo de María. «Se la llevaron a otro “puesto”», dijo su vecina de Gran Vía.

María (Rumanía) abriendo su regalo en forma de billete de autobús.

Marta no cesó y recolectó todo lo que sus «pobres» pidieron. Así hasta 25 regalos en su primera Navidad. Se unieron Marco, estudiante italiano, y Josep María, que se encargó de las redes sociales. Juntos llevan cuatro años ejerciendo de Reyes Magos para esos olvidados que a veces ni vemos. Nuestro día a día. Nuestra rutina. Nuestros «ojos que no ven…». No todos somos así, gracias a Dios. No todos tenemos ese ego que nos oculta la realidad. No todos tenemos el corazón tan frío para no sentir ciertas realidades. Gracias a personas como Marta, Marco y Josep María, el mundo es un poco mejor.

Marco me cuenta que un día fue con un amigo a comprar algo a Decathlon. Al entrar se acercó a la persona que pedía en la puerta. Se presentó y le preguntó su nombre. Ferguson. Hablaron un rato y éste le pidió un pijama. Marco, por supuesto, le prometió el pijama y se marchó. «Espera, espera, tengo tres hijos a los que no puedo comprar regalos. ¿Te puedo pedir algo para ellos también?» Una muñeca de Frozen, un peluche y un coche teledirigido.

Nadie sin Navidad, Madrid 2020

Días más tarde, un 22 de diciembre, día de la Lotería, Marco visitó a Ferguson y su familia. Les llevó los regalos y fue plenamente consciente de aquella historia detrás de un simple «pobre más». Marco vio que los tres hijos de Ferguson eran reales. Vio y sintió sus necesidades. Vio y sintió su pobreza. Marco empezó a visitar asiduamente a la familia de su amigo Ferguson. La familia va a crecer con un hijo más. Marco será su padrino de bautismo. Gracias a un pequeño gesto, un ¿cómo te llamas?, la vida de Ferguson ha cambiado pero, la que ha dado un giro tremendo es la de Marco.

Historias que no vemos, no por ello inexistentes. Historias reales. Historias que necesitan de gente como Marta, Marco y Josep María para tener un final feliz. Gracias a ellos hay cada vez más gente dispuesta a ayudarles. No son suficientes. Voluntarios. Donantes. Pajes. Necesitan ayuda de cualquier tipo. Puedes encontrarles en sus redes sociales: Facebook e Instagram, donde verás las peticiones de José, David, John, Andrés, Fernando, José Ramón, Antonio… libros, abrigos, sacos de dormir, ropa para gatos, hot dog, jamón, guitarra… Entre el amor y la pasión con que lo hacen desde Nadie Sin Navidad y tu ayuda, estoy convencido de que todos, absolutamente todos, tendrán su regalo de Navidad.

¿Te animas a conseguir «que Nadie se quede sin Navidad»?

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Por último, querría romper una lanza por la generación de Marta, Marco y Josep María. Hoy, que los jóvenes están siendo señalados por saltarse las normas anti Covid, hoy que son el centro de todas esas acusaciones, creo que hay que defenderles pues no todos son tan insensibles ni insensatos. No por ser joven se es mala persona. Hay muchos jóvenes con iniciativas tan bonitas y solidarias como ésta. Dejemos que los jóvenes sean jóvenes y den frescura a nuestra sociedad. Falta nos hace.

Abrigos para los gatitos de José.

Nico no puede dejar de sonreír

Reconozco, que con esto de la pandemia, están llegando a mi teléfono mensajes con todo tipo de noticias, enlaces y memes relacionados con el Covid. Hay uno que se ha colado entre todos ellos. Uno muy especial. No me lo han mandado una ni dos… ni tres ni cuatro veces. Unas 15 personas han creído que debía verlo. Y vaya si lo he visto. Cada una de las veces que ha entrado en mi carpeta de mensajes nuevos, he dejado de hacer lo que estaba haciendo para verlo con toda la atención. Lo merece.

Carlos y Becks. Becks y Carlos. Dos padres como otros cualquiera. Dos padres jóvenes. Imagino que con su trabajo y obligaciones diarias. No les conozco. Empiezo a pensar que lo hago. Quiero ponerme en su lugar y no soy capaz de poder hacerlo. No me veo capaz, tal vez. No sé si atreverme a tan solo imaginarlo. Dos padres que han dejado la vergüenza de verse en YouTube por medio mundo. Sentados en dos sillas en un jardín con su hijo, Nico, entre ambos. Aguantando la lágrima. Aguantando el dolor.

Becks se presenta. Continúa Carlos. Carlos nos cuenta que su hijo Nico padece una rarísima e impronunciable enfermedad: Distrofia Neuroaxonal Infantil (INAD). Una enfermedad que viendo lo que hace le pone a uno los pelos de punta. Es de esas que no le deseas ni a tu peor enemigo. Dice Carlos, mientras Becks no le quita ojo a Nico, que «no tiene ni tratamiento ni cura. Hace que los niños pierdan lentamente sus habilidades y capacidades. Poco a poco vas viendo como tu hijo deja de poder andar». Durísimo ver como un padre habla así de la enfermedad de su hijo. Se te va agrietando el alma hasta que, irremediablemente, se rompe del todo cuando dice que estos niños «pierden la capacidad de respirar, de sonreír y… acaban muriendo». No hay palabras. Un niño no puede dejar de sonreír. No puede.

Nico

Ojalá os llegue y toque como lo ha hecho conmigo. Que corra un escalofrío por tu cuerpo y una vez repuesto pinches en el siguiente enlace para aportar lo que puedas y, ya si eso, compartirlo con todos tus contactos, que no son pocos. Seguro que Nico lo agradecerá. Seguro que Carlos y Becks, esos padres hechos un manojo de nervios, a los que se les rompe la voz cuando nos hablan de Nico, puedan ver resultados más pronto que tarde y vuelvan a ver la evolución de su hijo como debe ser. Aprendiendo y no desaprendiendo. Sonriendo. Respirando. Caminando. Jugando. Que es solo y exclusivamente lo que debe de hacer un niño. Nico ha dejado de sonreír. Nico no puede dejar de sonreír. Hagamos lo posible e imposible porque vuelva a hacerlo.

Busca un lugar tranquilo. Deja de pensar en tus líos de trabajo. Siéntate. Pincha en este enlace y haz lo que el corazón te mande. Yo, sea lo que sea, te doy las gracias.

INADcure Team Spain and New Zeland GoFundMe

Prohibido toser

Diferentes síntomas de covid, resfriado y gripe
Fuente: María Elisa Calle* y elaboración propia de EL PAÍS. (*) Profesora titular de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, experta en epidemiología y medicina preventiva.

De un tiempo a esta parte voy con los bolsillos llenos de caramelos de menta, Juanolas, píldoras de miel y demás aliviadores de tos. Tengo por costumbre respirar. Lo sé, es un mal hábito. Por el simple hecho de respirar, a veces toso. Me atraganto y se me escapa una tos. Hace unos días tosí en la puerta de un banco y el banco cerró. El otro día fui a ese gran almacén que nadie quiere nombrar pero que todo el mundo sabe cual es y en la sección de zapatos carraspeé sin darme cuenta y vino el señor de la chaqueta roja a aislar la zona. Le acompañaba un equipo de limpieza que roció la zona con Sanytol Graduación Rojo Intenso.

Esta mañana he ido a hacer un par de recados en coche. Suelo usar el coche a diario. De toda la vida me ha dado cierta claustrofobia ir con las ventanillas cerradas. Aunque hubiese pingüinos caminando por las aceras, yo bajaba un dedo las ventanillas para sentirme suficientemente oxigenado. He parado en un semáforo infernal, el de José Abascal con Castellana. Estaba el chico de pelo rizado haciendo malabares como todas las mañanas. El moreno haciendo virguerías con su balón de fútbol y la chica de las muletas y los kleenex. Yo tenía puesto Rock Fm esperando a Alex Clavero y su monólogo. De repente se ha metido un bicho en el coche y se ha puesto a revolotear. Debía de ser un mosquito o algo parecido. El caso es que en un despiste mío, he abierto la boca para bostezar y el mamón del bicho alado se ha metido en el fondo del paladar para no salir jamás. Ha encontrado su agujero negro particular y no ha podido salir de ahí. Se me ha quedado pegado en el fondo de la boca y he comenzado a toser cual tísico en sus últimos días. Los coches de alrededor han empezado a avanzar como si de una salida de Fórmula Uno se tratara. Los motores han comenzado a rugir. El sonido de las ventanillas se oía perfectamente. Todas arriba a la vez. Ni la Orquesta Filarmónica de Viena lo hubiese hecho tan ordenado. Los pestillos de los coches han comenzado a cerrarse. Las mascarillas han pasado de estar tapando papadas a ocupar su sitio ocultando narices y bocas.

Yo seguía con el bicho haciendo de Tarzán en mis cuerdas vocales, lianas vocales. He dado un último sorbo al termo por si quedara una pizca de café. Algo había y he conseguido crear una pequeña riada en mi boca que ha arrastrado al insecto hasta mi intestino. El picor de la boca seguía. Ha llegado un coche de Policía con varios efectivos en su interior. Uniformados como si de una Guerra Nuclear estuviéramos hablando. Han sacado algo parecido a un arma y me han apuntado. Me han pedido que bajase la ventanilla lentamente. Así he hecho. Me saltaban las lágrimas de los ojos por el simple hecho de que por algún sitio tenía que toser. La boca sellada. Solo podía toser por los ojos. Se ha acercado un artificiero a mi coche y me ha apuntado con su arma. He notado un punto rojo en mi frente. Silencio. Miedo. Muero. He recorrido mis 45 años de vida en décimas de segundo. Me he acordado de todo y de todos. De ti también. He visto como su dedo índice empezaba a doblarse a cámara super lenta. Ha accionado el gatillo y… he cerrado los ojos. Me acaba de disparar. Me acaba de… tomar la temperatura. 36,1ºC. Estoy helado, pero estoy sano. Me ha pedido la documentación del coche y el carnet de conducir. Se lo he dado. Me ha hecho soplar y he dado 0/0 como esa cerveza azul que anuncian. De repente todo ha acabado. «Hala, circule.» Sus últimas palabras. «Hala, circulo.» Mis últimos pensamientos. Y me fui.

Suena el teléfono. Es el colegio. ¿Qué habrá roto esta vez mi hijo? No ha roto nada.

Voy corriendo a por él. Se le ha metido un poco de polvo de tiza en la boca. Parece grave. Es urgente.

Ha tenido la brillante idea de toser.

Hoy no puedes constiparte. No puedes tener mocos. Hoy, hay muchas enfermedades comunes que hemos tenido toda la vida que pueden ser un peligro para la Humanidad. Como me dice una buena amiga sobre el resfriado de su hijo «en otra situación iría al cole con una juanola» pero hoy es un potencial peligro. Le miran mal. Bullying por un moco. Los niños tienen prohibido juntarse. No pueden jugar. No pueden ver a sus abuelos. No pueden quedar después del colegio con sus amigos. No pueden hacer nada. Por no poder, no pueden ni tener mocos. Niños sin libertad. Niños sin infancia. Niños sin derechos. Tose, por la razón que sea, y se queda sin su derecho a ir al colegio. Hemos llegado a un punto en que los niños no quieren hacer pellas, quieren ir al colegio. El mundo al revés.

Esta señal representa lo que pasaba en la era pre-Covid. Los niños tenían tanta libertad que no cabía ni en un sola señal de tráfico. Hoy, lamentablemente, con un avioncito rojo basta.

Perder el miedo al Covid

«No hace falta conocer el peligro para tener miedo; de hecho, los peligros desconocidos son los que inspiran más temor». Alejandro Dumas.

Allá por el mes de enero comenzamos a oír hablar del coronavirus pero nada de sus consecuencias. Una gripe. Un catarro complicado. No se conocía la evolución de la enfermedad pero se sabía que andaba lejos. China. Son muchos. Ellos se lo guisan, ellos se lo comen. No… cruzó la frontera, la Gran Muralla y llegó hasta Italia. Ojo. Nuestros vecinos del sur de Europa empiezan a estar jodidos. Al nombre de coronavirus le pusieron el apellido de COVID. El, la, qué más da. Puñetero o puñetera, para el caso es lo mismo. No podíamos imaginar que semanas más tarde estaríamos ocupando las portadas de los periódicos con fotos de médicos enfundados en un traje blanco con máscaras y mascarillas. IFEMA, aplausos, caceroladas, encerrados en casa, música desde los balcones, policías de balcón, paseadores profesionales de perros, comida preparada a domicilio, calles vacías, supermercados dando bolsas por guantes, hospitales llenos, colegios vacíos… ¿Película de terror? No. Terrorífica realidad.

Decía Dumas que los peligros desconocidos son los que inspiran más temor, en la cita con la que encabezo este texto. Es así. Los ciudadanos desconocíamos el coronavirus y sus consecuencias por lo que nos daba pánico acercarnos a nadie. Salíamos al supermercado y evitábamos roces e incluso miradas con otros clientes. El momento de pasar por caja era una sensación de tener frente a ti al apestado más infectado de todo el planeta. Y te tenía que dar la vuelta en la mano. Corrías peligro de recibir una microsudoración extraña y posiblemente infectada en tu pulcra piel protegida por un par de guantes de latex y una bolsa de plástico haciendo las funciones de guante quirúrgico, todo ello previamente rociado con gel hidroalcóholico de extraña procedencia. Salías a pasear a tu perro y el muy terco tenía la extraña manía de acercarse a olerle el culo a otro congénere mientras tú solo veías a un dueño infestado hasta el tuétano. Tirabas de la correa con tal fuerza que tu mascota, rabo entre las piernas, lo único que quería era volver a casa, a su particular confinamiento. El momento de acudir a Urgencias con uno de tus hijos porque ha decidido coger una gastroenteritis en el momento menos oportuno de la Historia es de todo menos gratificante. La pobre criatura solo quería volver a casa, a acompañar a su perro en el confinamiento, pero tú, como padre responsable que eres, decides llevarle al epicentro de la noticia, al núcleo del volcán donde solo esperas ver camillas con gente moribunda y suelos repletos de gente rogando camas. No es así, te atiende una joven médico de guardia y te cuenta que ha habido padres que han llegado a acudir con un esguince en el tobillo de uno de sus hijos preguntando que si le podían hacer una prueba PCR para descartar que el esguince fuese debido al coronavirus. El miedo, definitivamente, nos vuelve idiotas.

Abrieron la puerta de toriles, perdón por el símil pero es que en mi casa salimos como Mihuras y los españoles estábamos deseosos de ensuciarnos con el albero que llevábamos meses sin ver, sin oler, sin sentir. Salimos al ruedo y las calles volvieron a ser lo que eran. Calles atestadas, plazas con sus niños corriendo y patinando, mercados con sus pescaderos y fruteros, peluquerías esperando cabezas a las que poner rulos y mechas, obras con sus vallas repletas de jubilados algo tristes por la ausencia de algún compañero mirón, playas con sus flacos y sus gordos haciéndose fotos de los pies con puesta de sol de fondo… Conocíamos algo mejor, o eso pensábamos, o eso nos hicieron creer, el coronavirus. Le perdimos el miedo. Le faltamos el respeto. Fuimos de vacaciones, algunos con ganas y otros de manera forzosa ya que en el trabajo nos dieron un puntapié en el orto, ojo, temporal, pero puntapié, de ahí que lo maquillasen con el nombre de ERTE. Orto, erte, qué más da. Decía que le perdimos el respeto al bicho. Nos hicieron ver que pudimos con él. Que nos confinamos de maravilla. Nos mandaron hasta diplomas. Medallas. Aplausos. Canciones. Somos los mejores. Entre todos, podemos. Y tanto que pudimos. Pasamos a ser los mejores del mundo. Un ejemplo. Compramos mascarillas inutilizables. ¿Y qué? Test caducados, no valían para nada. ¿Y qué? Pero fuimos unos cracks. De ahí que nos diesen libertad de movimiento y nos premiaron con unos días en la playa.

La líamos. Eso nos dice papá Estado. No fuimos tan buenos. Nos dieron la mano y quisimos el brazo. No. No. No. Vuelta a casa. Ciertas ciudades. No todas. Nos dividieron. Ciudadanos ejemplares. Ciudadanos malos. Sensación de repetidores de 2º BUP por tercer año consecutivo. Castigados al despacho del Director. Nos hicieron copiar 100 veces «No está bien tomarse un aperitivo con más de cinco amigos». Cien veces. Aún así no aprendemos. Ya no tenemos miedo. O sí. Ahora la fiera ya no se llama león. La fiera está escondida detrás de los leones. Se esconde en el hemiciclo. Los leones se han quedado de piedra, o de bronce. Mientras tanto, las fieras discuten. Se pelean. Se gritan. Se aplauden. Se suben el sueldo. Se organizan para plantear una Moción de Censura. Se critican. Se insultan. Se escapan en pleno Estado de Alarma a su casa de Bilbao. Se dedican a sus cosas. Tiene sentido. Tiene todo el sentido del mundo. Ese es su trabajo… pero no cuando los ciudadanos le han perdido el miedo al terrible y temido virus. Ocúpense de nosotros. Olvídense de Sus Señorí… de su egos. Hagan lo que nunca han hecho. Piensen en sus electores. Al fin y al cabo, quieran o no quieran, los que se mueren son sus pagadores.

Decía el novelista y poeta suizo Louis Dumur que «la política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos» y no le faltaba razón.